Grabados y pinturas muestran a médicos con máscaras

Los artistas contemporáneos no fueron ajenos a las guerras. Fuese que se incorporaran a las divisiones de voluntarios, ingenuos y patriotas marionetas, o que el azul-amargo se reflejara en sus obras.

Con las epidemias ocurrió igual. Muchos artistas no permanecieron indiferentes ante el sufrimiento colectivo porpandemias y otros desastres que afectaron a la humanidad, porque ellos eran parte de esa realidad. Pero ninguna epidemia mató más que las guerras y la represión como muestra el cuadro de víctimas de las más importantes conflagraciones.

Más que los historiadores oficiales y comprados (o vendidos) tenemos constancia de la peste que azotó a Constantinopla en el año 561d.C. durante el dominio del Imperio Bizantino y el reinado de Justiniano. Constantinopla tenía 800,000 habitantes y perdió el 40 %. El sufrimiento de la plaga, o cólera divina, se refleja en la pintura de Nicolás Poussin de 1664 que muestra una calle durante la epidemia.

Grabados y pinturas nos muestran a los galenos medievales con la famosa máscara de pico que siguieron apareciendo como una constante de cálculo algebraico en los carnavales de Venecia.
Tanto la máscara como la túnica se le atribuyen a Charles de Lorme, médico de la realeza europea del siglo XVll (1600) y específicamente al servicio del Rey Louis Xlll de Francia y Gastón de Orleans.

La túnica se componía de un abrigo revestido de ceras aromáticas, calzón dentro de la bota, camisa dentro del pantalón, sombrero y guantes de piel de cabra, una vara larga para tocar a los enfermos de lejitos.

El pico incluía anteojos y medía 15 centímetros relleno de perfumes y dos agujeros al lado de las fosas nasales.

Dentro del pico había una mezcla de 55 hierbas, polvo de víbora, canela, mirra y miel para no respirar la peste.

Ni la máscara y menos la túnica servían contra el contagio, pero por lo menos con ellos la gente reconocía a los galenos como cuervos y disfrutaban de la última carcajada para morirse de la risa, o de miedo.

El azote de la viruela, virus variola, afectó al Nuevo Mundo con la conquista y se sumó a las masacres de los españoles en nombre de Dios y de la Reina.

La Peste Negra que ocurrió entre el 1348 al 1353 retornó al polvo a más del 65% de la población de la Península Ibérica (España y Portugal) y a un 60% en la región Toscana de Italia. En total, Europa pasó de 80 millones de habitantes a 30. Aunque tardíamente, para 1562, el gran pintor holandés Pieter Brueghel, el Viejo, realizó un enorme lienzo de 117 x 162 centímetros (alto por largo) titulado “De Trionf van de Dood”, pintado en holandés, o “El triunfo de la muerte” en que se destaca un esqueleto con su guadaña sobre un caballo flaquísimo dirigiendo un ejército y un grupo de soldados huyendo hacia una casa y en un primer plano otro esqueleto conduciendo una carreta llena de cabezas de calavera tirada por otro caballo más flaco que el primero y que Rocinante. Su hijo, de Brueghel, no de Rocinante, Jan Brueghel, hizo una réplica en 1596 y otra en 1628, destinadas a diferentes ciudades como para recordar el desastre y la necesidad de profundizar las investigaciones científicas para que se dejara de lado los menjurjes de los alquimistas y los rezos y ritos religiosos que de nada servían.

Lady Mary Montagu, inglesa e hija de diplomático con asiento en Constantinopla hizo importantes descubrimientos para contrarrestar la viruela que solo 100 años después se aprovecharon gracias a las investigaciones del científico Edward Jenner.

Jenner, con ocho años, vio de cerca la presencia de la viruela cuando vivía en Berkeley (Inglaterra) y se le tuvo que aplicar la variolización, o sea, el método de Montegu que ella trajo de Constantinopla donde era costumbre, en el Imperio Otomano, inocularle el virus para que no lo recibiera de forma mortal. Jenner es considerado el padre de la inmunología.

Michel Serre, pintor francés produjo tres obras cuando vio pasar la peste de 1720 por Marseille. En uno de ellos aparece una carreta tal como lo hizo Brueghel, y unos hombres cargándola con cadáveres desde sus literas.

“La Peste en Roma” la pintó Jules Elie Delaunay en 1869 cuando todo el sufrimiento cabía en una bota.

Juan Valdez Leal realizó dos obras alegóricas a las secuelas de las epidemias. Trabajó el tema de la vanitas, vanidad, y pone de relieve la muerte como ultimo vencedor como en sus pinturas “In ictu oculi” que indica la rapidez con la que llega la muerte y se lleva al ser humano; traducido al cibaeño sería “en lo que petaña un pollo”, y “Finis gloriae mundi”(el fin de las glorias mundanas).

Un cuadro de Francisco Goya de un hospital, “El corral de los apestados”, muestra las condiciones de desesperación por la epidemia. De hecho, el pintor enfermó y quedó sordo para amargar su vida y en lo adelante teñir sus cuadros de oscuridad: “Saturno devorando sus hijos”, y las últimas obras de su vida pintadas huyéndole de quienes perseguían las monarquías decadentes y sus cómplices, aunque fueran pintores. Los “caprichos” y “desastres de la guerra” las hizo en su refugio de la Quinta del Sordo.

El famoso pintor Tiziano Vecellio murió de la peste y el pintor francés Alexandre Jean- Baptiste Hesse “lo inmortalizó” en un cuadro alegórico como homenaje póstumo.

La Muerte tiene una hermana gemela y mientras ella se ocupaba de La Gripe Española de 1918, su hermana se fue a la Primera Guerra Mundial. Sus dos guadañas le dejaron al mundo entre 20 y 50 millones de bajas por contagio y más los 10 millones del balance de la guerra.

De la Gripe Española fue víctima el pintor austríaco Egon Schiele quien pintó un cuadro desgarrador, “La Familia” de 1918, con visión futura de su propia situación. Aparecen en la pintura él, su esposa encinta Edith Harás y su hija. La realidad cruda y cruel es que la niña nunca nació porque Edith murió contagiada. Tres días después su marido, con apenas 28 años de edad, se fue de este mundo. Dejó, eso sí, más de 350 obras.

Lo de Edith era como una repetición de lo vivido por la señora Hendrickje Stoffels pintada por Rembrandt en 1654 y contagiada fatalmente por la peste que devastó a Holanda diez años después, en el 1663.

Otra de las grandes víctimas de la Gripe Española fue el pintor noruego Edvard Munch conocido mundialmente por su obra “el Grito” que no tiene nada que ver con el anuncio de la llegada de extraterrestres ni la competencia al Montesino de Castellanos para anunciar que cambian dólares. “El Grito” es la expresión de angustia, el reflejo del sufrimiento por la que pasó el pintor que se salvó de chepa.

Ese dolor ya lo arrastraba el artista y lo expresa plásticamente en un cuadro, un segundo “grito” o autorretrato y otro en que se ve a su hermanita y, en cama, su agonizante madre víctimas ambas de la tuberculosis.

No tuvo igual destino el pintor Gustav Klimt, maestro de Schiele, que no escapó de la Peste Española. El cine lo mató de nuevo representándolo por un actor pretensioso cuya actuación siempre es él mismo y nada que ver con el carácter apacible y humilde de Klimt, amante del desnudo y del sexo.

El pintor judeo-alemán Felix Naussbaum (1904-1944) realizó una obra vasta en su corta vida. La epidemia del nazismo lo hizo víctima, junto a su esposa, en Auschwitz. Su obra “El Baile de los Esqueletos” nos hace recordar, obligatoriamente, el holocausto.
Charles Baudelaire, que escribió sobre arte y no se consideró “crítico” describió estas muertes de Leal Valdez y Naussbaum como “esa flaca coqueta de aspecto extravagante”.

En la Literatura se recoge la inquietud, como es el caso del libro “La Peste” del francés Albert Camus que salió a la luz en el 1947 y que habla de la solidaridad de varios médicos en la ciudad argelina de Orán que sufrió el rigor de una epidemia de cólera en el año 1849, algo parecido a la labor de los médicos cubanos en el mundo. Cuando en Florencia atacó la peste, Giovanni Boccaccio escribió El Decamerón sobre 3 muchachos y 7 jovencitas que se retiran al campo huyéndole a la epidemia. Allí pasaron días y noches contándose los cien cuentos que contiene la obra sobre temas de amor erótico, inteligencia humana y fortuna. El cine los resumió con mucho menos sazón.

La Gripe Asiática (H2N2), de procedencia aviar, dejó bajo tierra en 1957 a más de un millón de personas, pero nadie pintó ni un solo cuadro del drama vivido.

En 1968 la Gripe de Hong Kong mató otro millón y tampoco quedó registrado en la plástica ni en los plásticos de moda.

El coronavirus o COVID- 19, ha matado en todo el mundo 469,587 terrícolas. El pintor neoyorquino Jorge Rodríguez Gerada ha rendido homenaje a los médicos que arriesgaron sus vidas y que murieron, quizás llevándose de los consejos de que los desinfectantes inyectados curan.

Los científicos buscan desesperadamente un remedio, una vacuna sin hacerle caso a los curanderos de Madagascar que dicen sanar el virus con la yerba artemisia, para que no tengamos que encomendarnos a San Roque, patrón de las plagas.

Comparación
Ninguna epidemia ha matado más que las guerras y la represión que han afectado a la humanidad

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