Al estudiar la vida de este gigante de nuestra historia uno piensa que Antonio Duvergé, al excitarse con el rebufo, o sea con el estruendo de los proyectiles al salir rugientes de los cañones, se codeaba con la muerte, en una especie de suicidio implícito, tal como hicieron otros grandes hombres y mujeres en diferentes lugares del mundo, en contextos distintos.Un autodidacta

Como autodidacta que era nuestro héroe probablemente había leído o escuchado hablar de famosos generales de la antigüedad, como el aguerrido y victorioso cartaginés Aníbal, que acostumbraba arengar a sus tropas así: “el desdén por la muerte es el arma más poderosa en manos de un soldado.”

Se sabe que el 9 de febrero de 1822 Jean Pierre Boyer puso toda la isla La Española bajo su dominio, situación que cesó el 27 de febrero de 1844, cuando los invasores haitianos fueron expulsados del país, en momentos en que el mando estaba concentrado en las férreas manos de Charles Riviére-Hérard.

Con motivo de las invasiones que luego hicieron los haitianos, Antonio Duvergé Duval fue designado jefe de los Ejércitos del Sur. En esa calidad tuvo un papel protagónico en múltiples batallas.

Este sobresaliente líder militar dominicano brilló con marcialidad antológica, derrotando al poderoso enemigo en el poblado de Azua, el 19 de marzo de 1844. Igual actuó, junto con sus aguerridos soldados, en la vertiente montañosa de El Memiso, el 13 de abril de 1844.

En El Número

Duvergé también se bañó de gloria el 17 de abril de 1849, en el lugar conocido como El Número, cerca de Azua, cuando con ímpetu inaudito, con su célebre camándula de balas colocada en bandolera, utilizando una insuperable pericia y con la ayuda eficaz de otros valientes patriotas dominicanos, como el general José María Cabral, se enfrentó a un numeroso ejército enemigo que superaba a los combatientes nuestros en más de 15 mil hombres.

De esa batalla dice Manuel María Gautier (historiador y testigo, pero esencialmente baecista y lilisista), en su obra La Traición de Santana, refiriéndose a la actuación de Duvergé, lo siguiente: “…su heroico valor fue superior a todo esfuerzo humano, el triunfo de aquel peligro que la patria corría, fue suyo…”

Fueron muchos los momentos estelares que revestirían con el mármol eterno de la proceridad a Duvergé. Así el 6 de diciembre de 1844, con solo 70 jinetes y 150 soldados a pies, conquistó los cerros de Cachimán, en la periferia del río Artibonito. El 17 de junio de 1845 volvió a imponerse su trazado de guerra en aquel remoto lugar de la frontera domínico-haitiana. En esa ocasión sus brillantes tácticas marciales fueron eficazmente ejecutadas por los generales Felipe Alfau y Francisco Pimentel y por el ágrafo y super valiente coronel Elías Piña, especializado en dirigir tropas de vanguardia, muerto entre las piedras y zarzales de Bánica, en feroz combate contra el enemigo de entonces.

También cumplieron con valor espartano sus órdenes los integrantes del imbatible y legendario Batallón Sangriento de Higüey (unidad de combate que hacía crepitar la tierra con el fuego graneado de su modesta artillería y el coraje de su indetenible infantería) y por decenas de otros dominicanos provenientes de diferentes lugares de la geografía nacional, quienes convirtieron en abono para la tierra a cientos de ganaderos del intruso enemigo del lado oeste de la isla.

En Los Jobos de Las Matas de Farfán y en la Sabana de Santomé, los invasores haitianos también probaron el polvo de la derrota, gracias en gran medida al coraje, al genio militar y a la sabiduría bélica de Antonio Duvergé.

Es mucho lo que se puede decir y escribir sobre este personaje de gran impacto en la vida dominicana. La memoria de la historia, con la fuerza depuradora de los hechos, ha demostrado la grandeza de este hombre singular.

El Marqués de Las Carreras

Ha quedado documentalmente comprobado que el general Pedro Santana Familia le tuvo malquerencia y finalmente se convirtió en su verdugo.

Sin duda alguna que el llamado Marqués de Las Carreras envidiaba la superioridad que como táctico y estratega militar tenía Duvergé.

En efecto, el historiador Alcides García Lluberes refiere que la combatiente banileja Dolores Soto, ya en lecho de muerte, le relató que estando ambos personajes reunidos en Baní, Santana le dijo a Duvergé: “Usted es más valiente que yo, pero yo soy más militar que usted.” (Ver Duarte y otros Temas, página 340).

Hay que resaltar que la primera parte de esa frase era cierta, pero la segunda era falsa. Está claro que la marcialidad y gallardía de Duvergé era un revulsivo en la mente de Santana, la cual estaba diseñada para el crimen y para imponer su voluntad, y sus particulares intereses por encima de cualquier otra cosa.

El prócer, periodista, abogado e inspirado poeta Félix María del Monte (quien en el 1849 fue su defensor, ante una acusación mendaz producto de una bastardía política) llamó a Duvergé “el Catón del Sur”.

En esa ocasión Duvergé fue descargado de responsabilidad penal, pero a pesar de eso fue confinado en El Seybo. La persecución en esa ocasión fue porque él se había negado a participar en una asonada militar contra el entonces presidente Manuel Jimenes.

A Duvergé le apodaban familiarmente Buá y en mérito a su valor sin límites el pueblo creó una especie de cuarteta libre que decía así:

“Dice el General Souffront/Que a Azua no vuelve más/Porque ha tenido noticia/Que en Las Matas se halla Buá.”

En una guerra de independencia es imposible actuar como aquellos frailes franciscanos que, según viejas narraciones de experiencias monacales, transformaron en mansos ciudadanos a unos despiadados ladrones que tenían bajo asedio a los habitantes del Burgo San Sepolcro, en la Toscana del sur italiano.

Tampoco es practicable, en las circunstancias extremas de una guerra liberadora, aquella conseja referente al milagro de paz que ocurrió entre un lobo feroz y los moradores del pequeño poblado de Gubbio, situado a orillas del río Camignano, en la Umbría italiana.

Partiendo de esas reflexiones, y del mensaje de la citada redondilla, era justificado el temor que los enemigos de la Patria le tenían a Duvergé.

El párrafo siguiente es bastante ilustrativo al respecto: “Duvergé era un militar instruido en tácticas militares de guerras napoleónicas; su teoría consistía en dejar que el enemigo se adentrara en territorio ajeno; mientras más lejos de su base de abastecimiento era mejor”. (Ver página 88 del libro Batallas de Marzo 1844, de Joaquín Priego, publicado el 30 de marzo de 1980).

El historiador Roberto Cassá dice, refiriéndose a Duvergé, que: “El examen de los hechos bélicos muestra que disponía de una capacidad militar sustancialmente mayor que la de Santana. Hizo escuela al sistematizar un conjunto de procedimientos para subsanar la inferioridad numérica de soldados y la calidad de los pertrechos.”(Ver página 293 del tomo I del libro Personajes Dominicanos, publicado en mayo del 2013).

A lo anterior hay que agregar que en todos los combates en que participó siempre contó con la decisiva asistencia de patriotas provenientes de toda la geografía nacional, especialmente de un cuerpo de combatientes ya mencionado, al cual el acucioso historiador Vetilio Alfau Durán definió así: “…en los días de la Reconquista de la Independencia y de la Restauración de la República, se distinguieron como bravos en los campos de batalla por sus heroicas acometidas al machete, dando origen a la fama de que disfrutó en época gloriosa el legendario Batallón de Higüey”. (Ver recopilación histórica titulada Por la verdad histórica, página 357, Editora Búho, septiembre 2015).

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