Desde la antigüedad, los ríos han sido utilizados como líneas divisorias fronterizas entre naciones vecinas, gracias a que los cauces de ríos, especialmente cuando han sido excavados por corrientes fluviales a lo largo de lechos rocosos, se mantienen permanentemente como líneas fijas, topográficamente bien definidas, cartográficamente bien conocidas, y social y militarmente fáciles de identificar, desde tierra, aire o mar, sin ninguna confusión para las autoridades ni para la población, por lo que siempre se prefiere definir trazados fronterizos a lo largo de ríos.

Cuando los ríos transfronterizos son muy caudalosos, como el caso del río Mekong, que es compartido por China, Myanmar, Vietnam, Laos, Tailandia y Camboya, los conflictos por el uso del agua son fáciles de resolver porque sobra agua para todos, pero cuando los ríos son de escaso caudal, como el caso del río Jordán, que es un río fronterizo entre Israel, Jordania, Siria y el territorio palestino de Cisjordania, los conflictos se agravan porque todos se sienten con derechos para acceder al agua escasa, ya que el acceso al agua es un derecho fundamental del ser humano.
Y ese es el caso del conflicto por el acceso al agua escasa que ya comienza en la franja norte de la frontera entre la República Dominicana y Haití, donde el río Masacre, que, tal y como lo escribiera Freddy Prestol Castillo, se pasa a pie por su escaso caudal, define parte de la frontera entre ambos países que tienen allí los importantes asentamientos humanos de Dajabón, del lado dominicano, y Juana Méndez, del lado haitiano, pero donde el crecimiento poblacional de Juana Méndez es mucho mayor al crecimiento poblacional de Dajabón, por lo que la presión social por el acceso al agua para uso agrícola es mucho mayor de lado haitiano que del lado dominicano, lo que ha llevado a los haitianos a construir, sin previamente consultar con autoridades dominicanas, un canal que captaría el escaso caudal del río Masacre, y dejaría sin agua a mil productores de Dajabón y a toda la comunidad costera de Manzanillo, en violación al Tratado de Paz, Amistad y Arbitraje firmado por ambos países en fecha 20 de febrero de 1929, donde en el artículo 10 se establece claramente que las partes se comprometen a no hacer ni consentir ninguna obra susceptible de mudar las corrientes de los cursos de aguas fronterizas o de alterar el producto de esas fuentes de aguas.

Desde mediados del siglo pasado, para dominicanos y haitianos era ampliamente conocido el acelerado proceso de deforestación que diariamente consumía los bosques tropicales haitianos para convertirlos en leña y carbón para la energía de cocción de alimentos de subsistencia, fruto de una paradoja existencial que diariamente los enfrentaba al dilema de si debe morir el árbol para que viva la familia o si debe morir de hambre la familia para que viva el árbol, dilema que en la República Dominicana fue resuelto por el presidente Joaquín Balaguer cuando instruyó comprar y distribuir entre los campesinos pequeñas estufas de gas y pequeños cilindros de gas licuado de petróleo a los fines de que el campesino no se viera en la necesidad de cortar los árboles de nuestros bosques para la subsistencia familiar, ya que Balaguer sabía que eliminar los bosques contribuye a la desertificación de los territorios donde la pluviometría es muy reducida, como en la Línea Noroeste y en nuestra franja fronteriza.

Sin embargo, no fue hasta que Al Gore, en su condición de vicepresidente de los Estados Unidos, publicó su libro titulado: Una verdad incómoda, y luego proyectó su oscarizado documental de igual título, que el mundo conoció que la frontera entre la República Dominicana y Haití se podía apreciar desde el espacio fruto de que el lado dominicano estaba forestado y el lado haitiano estaba totalmente deforestado, siendo ese el momento ideal para que la comunidad haitiana, y los países amigos de Haití, incluyendo Estados Unidos, Canadá y Francia, iniciaran un amplio programa de reforestación de las montañas haitianas, lo que no hicieron, y que hubiese evitado la crisis de agua que hoy asoma en Juana Méndez y que los empuja irreflexivamente a presionar por el acceso unilateral al agua escasa del río Masacre, en violación al Tratado de 1929, y en violación a los Tratados sobre Gestión de Aguas Transfronterizas firmados por los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas.

Hoy, la presión social es sobre el agua escasa del río Masacre, pero mañana será sobre el agua abundante del río Artibonito donde la República Dominicana tiene 4 proyectos de represas: El Corte 1, El Corte 2, Joca y Pedro Santana, proyectos que en 25 años no se han podido ejecutar porque Haití alega que su única represa, la de Peligre, está sobre el río Artibonito, y que si la República Dominicana ejecuta cualquiera de esos 4 proyectos, o los ejecuta todos, la represa de Peligre se quedaría sin agua, lo que podría ser una sentencia de muerte social para una parte de la población del centro de Haití, siendo necesario crear, desde ya, un panel de expertos en manejo de recursos hidráulicos que, en representación de ambos países, discutan cómo proteger, manejar y aprovechar, de forma racional, sin conflictos, nuestras aguas transfronterizas.

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