Tradicionalmente se entiende que los derechos se mantienen, mientras su titular esté vivo y que sus herederos, como sus continuadores jurídicos, serían los encargados de recibir el patrimonio de su causante.

Más lógico, imposible. Un muerto, aparentemente, ni siente ni padece. Sin embargo, más allá de la tumba, ese ser que ya no nos acompaña amerita ser recordado de la mejor manera y que su buen nombre se preserve aunque haya pasado a la eternidad- porque sigue mereciendo que se guarde su dignidad, sin que su vida privada se vea afectada por su desaparición física.

En nuestro país fue promulgada la Ley No. 192-19 sobre protección de la imagen, honor e intimidad familiar del 21 de junio de 2019 conforme a la cual, bajo pretexto de divulgar información pública, una persona no se vea ilegítimamente expuesta, en el momento más vulnerable de su existencia, a la difusión de imágenes de su estado en situaciones tan calamitosas como las de un accidente y en el peor de los casos, su deceso.

Si bien esa ley permite a los familiares (y hasta al Ministerio público) tomar acciones contra el intruso a la intimidad que reproduce imágenes catastróficas, las propaga ilegalmente y sean atentatorias a la sensibilidad del fallecido y de sus allegados, lo cierto es que el perjuicio ocasionado ante la publicación en esas circunstancias fatales, por el medio que fuera, es recrear nuevamente la tragedia para el afectado o para los que le sobreviven y eso no hay indemnización terrenal que lo pueda cubrir. Ningún sufrimiento es comparable al de repetir el dolor de una irreparable pérdida por la insensibilidad de un curioso.

Lo penoso es que no son los periodistas los que expanden tales escenas macabras, si no, a veces el mismo rescatista o la autoridad, con un morbo que lo debería cuestionar como ser humano. Solo así podría justificarse hacer rodar las estampas de un fallecido y regodearse en los detalles, sobre todo, si le han arrebatado o se ha quitado la vida ¿Qué se gana con ese tipo de actuación despreciable? ¿En qué medida nos hace mejores personas? ¿Por qué se consigue satisfacción con tal comportamiento? La respuesta es que, a lo mejor, estamos más muertos del alma que aquel al que no le hemos respetado su derecho a descansar en paz.

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