Hace unas semanas, acompañé a una destacada dirigente de mi equipo político en Cristo Rey al triste velorio de su hijo menor, quien con tan solo 19 años de edad perdió la vida a manos de la violencia que azota nuestras calles. Fue un momento desolador y, de manera muy dolorosa, me marcó la conversación con el hermano mayor, quien devastado por la pérdida, me dijo “Él era nuestra esperanza”. De origen humilde, se trataba de un estudiante sobresaliente, que a pesar de llevar poco tiempo cursando la carrera de Ingeniería en Sistemas, ya mostraba tener un promisorio futuro por delante, el cual llenaba de orgullo a familiares y amigos. Futuro que ya no será posible, pues una noche, resistiéndose a un atraco, le fueron arrebatadas todas sus posibilidades, muriendo al ser baleado por los delincuentes que le robaron a la comunidad una brillante promesa.

Esta realidad nos dice que vivimos en una sociedad de pesadilla, porque a quien sueña, muchas veces lo terminan matando. Como esta historia, hay muchas que me ha tocado ver, acompañando por el país a personas cercanas que pierden familiares, fruto de la violencia sin sentido. Cada vez, resulta más doloroso ver a padres sufriendo, hermanos enlutados y comunidades sintiéndose hundidas en la desesperación. Más aún, cuando se ve que antes de mejorar, pareciera que nos estancamos, o que peor aún, retrocedemos.

República Dominicana es un país con muchos problemas. De desempleo, pobreza, debilidades en educación, falta de agua potable, salud, electricidad cara y deficiente, pero ninguno de estos se coloca encima de la inseguridad en las encuestas que se realizan. Esto, porque se trata de un flagelo que amenaza a todos por igual, sin importar clase social, política o zona de residencia. En la actualidad, nos encontramos presos por el miedo que en cualquier momento puede hacernos parte de las estadísticas de fin de año.

Se trata de un presente trágico, que podemos cambiar con acciones claras. Esas pesadillas, podemos contrarrestarlas con el sueño de un mejor futuro, alcanzable en base a acciones transformadoras, orden y trabajo. De mi parte, he aportado con la legislación que es hoy día la Ley 631-16 de armas, con la cual buscamos combatir el tráfico ilegal de estas y asegurar que quien carece de las condiciones psicológicas, no acceda a ellas, poniendo en peligro a los demás y a sí mismo. Es un paso modesto, pero importante, dándole una herramienta al Poder Judicial para sancionar correctamente a quienes incurren en las prácticas nocivas.

Necesitamos transformar nuestros cuerpos armados para librarlos de las infiltraciones del crimen organizado, tenemos que reordenar el gasto público para destinar los recursos necesarios a la creación de empleos de calidad, el combate al crimen; y como país, debemos recuperar nuestra cultura de paz, de modo que no repliquemos las conductas antisociales y violentas.

Es el mejor tributo que podemos darle a quienes los sueños les fueron robados. Asegurar que quien hoy sueña, no será víctima de la violencia, recibiendo la protección de su derecho más sagrado, el derecho a la vida y la búsqueda de la felicidad.
Despertemos de la pesadilla insegura y materialicemos el sueño de la paz con orden y trabajo.

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