Tras ese cuadrito pequeño que se guarda celosamente en la cartera o en un lugar recóndito del bolsillo, subyace un mundo de posibilidades para acceder a todo tipo de bienes que, luego, pueden convertirse en males. Desde accesorios de belleza, productos de supermercado, prendas de vestir, restaurantes, electrodomésticos o viajes, hasta la cobertura de servicios públicos, negocios o pasajes aéreos; no hay actividad que el brazo del crédito no pueda alcanzar, el cielo es el límite en un espacio en que todo se puede comprar, salvo los sentimientos (aunque habrá quien considere lo contrario). Las compras a distancia a lugares al otro lado del océano se facilitan con solo marcar su número y se obtiene lo que se desea como por arte de magia con la misma facilidad con que se saca un conejo del sombrero, al decir “abracadabra”.

Nada es imposible para ese instrumento que, con dimensión reducida, apariencia inofensiva y uniforme, abre las puertas a todas las opciones existentes, y crea la ilusión de ser una fuente inagotable de riqueza, mejor que el efectivo mismo. El pago diferido (no muy lejano, pero sí cierto) lo hace atractivo para realizar transacciones que por el momento no tienen que honrarse y donde su portador se hace presa del seductor (pero engañoso) mensaje de “compre ahora y pague después”. La capacidad adquisitiva de esa forma de pago postergada es ilimitada para lograr hoy lo que se afronta después y fomenta un consumo muchas veces irresponsable, como si no hubiera mañana ni fecha de caducidad. Ya después se sabrá y llegará el trancazo, en lo que se disfruta el gusto del presente.

Esa herramienta irresistible que los bancos ofrecen insistentemente -mientras te hacen pensar que eres un sujeto confiable al que favorecen con un monto preaprobado- puede convertirse en la peor de las pesadillas por el equilibrismo de la fecha de corte y de su límite en la lucha para evitar caer en el precipicio de la mora, sin un aval como malla de seguridad. La tarjeta de crédito -de todos los colores, montos y con los tentáculos de sus extensiones- hace pensar que todo se puede y que los sueños de posesiones distantes se consiguen; luego, toca despertarse abruptamente a la realidad de ese estado de cuentas infalible que muestra de manera descarnada los gastos y obliga a buscar urgentemente el efectivo para cubrirlos en la fecha tope que sigue su loco trajinar, indetenible e implacable, bajo pena de ejecuciones forzosas. Entonces, tal vez el plástico de la tarjeta sea artificial, pero no lo es el alguacil que llega a embargar para cobrártela.

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