Domingo Jiménez, miembro de la Dirección Política del partido Fuerza del Pueblo,
Domingo Jiménez, miembro de la Dirección Política del partido Fuerza del Pueblo,

“Sufro la posibilidad de irme y no seguirte orientando… Creo que aún me necesitas”. Estas palabras de mi querido profesor, Domingo Jiménez, me quebraron y me hicieron decirle: “¡No vuelva a decirme eso!”.

Hasta padeciendo un mal tan terrible como el cáncer de páncreas, el hijo de Chachá y Fefita ponía en primer lugar el construir en los demás, en servir y aportar al país. ¡Ese era Domingo Jiménez!

Este segundo escrito en su honor, es poco para lo que merece un hombre de la dimensión de mi querido profesor, quien el pasado 28 de julio, como dice Silvio Rodríguez, murió como vivió: lleno de dignidad y de amor por los demás.

Domingo Jiménez cosechó afecto y respeto desde todos los colores partidarios. Fue un conciliador eterno que nos enseñó que las diferencias, incluyendo las políticas, no deben nunca afectar el cariño ni dañar una amistad.

Esa terrible enfermedad nos arrebató a un hombre de luces y virtudes excepcionales: honesto, íntegro, justo, amigo incondicional, leal, valiente, con una mente brillante, firme a sus valores, cariñoso, carismático, sin sentimientos oscuros, con la bandera del perdón siempre en alto y sin resentimiento alguno.

Yo me quedo con sus enseñanzas, mi querido profesor; con el inmenso cariño y la admiración mutua; con sus frases que hicimos nuestras: “Los iguales se juntan”, “¡Qué barbaridad!”, “¡Santo Padre… Padre Dios!”, “¡Santísimo!”, “Sopla cachimbo e burro”, “Firme”, “Ah bueno”, “Sobre la marcha”, “Canten, rían; sean felices”, “No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios”.

Me quedo con esa visita que le hice en Navidad a Nueva York, para dejarle saber lo mucho que le quería y que podía contar con su querida periodista. Me quedo con las partidas de dominó que jugamos junto a sus hermanos y con esos años inolvidables en Tomando el Pulso.

Envío un abrazo solidario a sus hijos Ernesto y Charey; a sus hermanos Jorge, Miguel Felipe, Martha Verónica y Baudilio, así como al resto del equipo de trabajo, en especial a su asistente y amiga de infancia Raiza Herrera, con quien tuve comunicación diaria, aunque también lo hiciera de manera directa con el capitán del barco, que para no ponernos tristes, muchas veces no contaba toda la historia.

¡Hasta siempre mi querido Dr. Domingo Jiménez! Un ser humano único e irrepetible que ha sido un hermoso regalo para quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y de contar con su cariño puro.

¡Descanse en paz!

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