“La mayor diferencia entre los
hombres está entre los que son
agradecidos y los que son ingratos.”

(Víctor Hugo)

A don Víctor Méndez Capellán comencé a tratarlo cuando ambos coincidíamos, ocasionalmente, en la peluquería de José Antonio García -JAG- en la Plaza Central, cuando ambos acudíamos a recibir los servicios propios de ese establecimiento.

De él pude observar que es una persona amable, amistosa, cordial, y pese a su estatus social, muy humilde con los demás. Llegaba a la peluquería repartiendo saludos, besos y abrazos, desde las muchachas que daban el servicio de peluquería hasta las que servían el café o limpiaban el establecimiento. En ese ambiente comenzamos a construir una amistad de cordialidad y respeto; rara vez coincidíamos en otro espacio y cuando solíamos encontrarnos era con la misma amabilidad de ambas partes.

En una ocasión, acordé con el entonces embajador de la República Bolivariana de Venezuela, el mayor general retirado Francisco Belisario Landis, almorzar en un famoso restaurante de carne llamado David Crokett; una vez allí luego de haber almorzado y concluir el diálogo de sobremesa, entra una persona, cerca de donde estábamos sentados, que a todas luces tenía funciones de seguridad, ataviado con traje oscuro y radio de comunicación en manos; hace una rápida inspección y se aleja del área. Pocos minutos después llega don Víctor Méndez Capellán, quien al percatarse de nuestra presencia se acerca a dispensarnos su acostumbrado saludo cálido y fraterno. Ocupa su mesa a pocos metros de la nuestra y luego de algunos minutos aparece el entonces embajador de los Estados Unidos de Norteamérica, Hans Hertel, lo que genera un comentario entre el embajador Landis y yo sobre la aparición de este personaje.

Lo que discutíamos en realidad era la pertinencia o no de retirarnos del lugar porque ya habíamos concluido nuestro encuentro, finalmente decidimos levantarnos; a nuestra salida, dada la ubicación de la mesa de don Víctor nos obligaba pasar frente a él y el embajador Hertel, por lo que don Víctor se levanta y con su afabilidad característica nos presenta al embajador, quien en un tono dramático me dice que ya había oído hablar de mí pero no había tenido la oportunidad de conocerme; seguidamente le contesto que yo también sabía de él y lo que decía de mí. En mi primera respuesta fui muy escueto por respeto a don Víctor, que además insistió para que nos sentáramos un momento en su mesa, y por cortesía hacía él accedimos.

Comenzó un cruce de palabras entre el embajador Hertel y yo, que se tornaba caluroso de ambas partes, según pasaba el tiempo. Entre las cosas que le dije fue que para mí era “inaceptable” que él viniera a mi país a hacer un mal uso de su investidura y de su “poder” para dañar honras; que yo he construido un nombre a fuego y sudor y es lo único que tengo. Él me contestó que me oponía a la inversión norteamericana en mi país y que era un enemigo de los Estados Unidos, a lo que le riposté que no soy enemigo del pueblo norteamericano, donde tengo grandes amigos, en la intelectualidad, en los sindicatos y hasta en el congreso; yo soy enemigo de la política injerencista, colonialista de los Estados Unidos, y de la conducta de él en mi país, que vivía haciendo negocios y saboteando ese generoso acuerdo de Petrocaribe en lo que él y Otto Reich con el acompañamiento de dominicanos indignos estaban saboteando para beneficiar a grupos económicos nacionales y extranjeros enemigos del chavismo, pretendiendo utilizar el petróleo para conspirar contra la Revolución bolivariana.

Ya sabía, además, que el embajador Hertel comentaba en círculos de amigos que iba a recomendar que me quitaran la visa. He tenido visa norteamericana diplomática por mis funciones de Estado y ordinaria. Le dije que sabía su intención y que no me preocupaba, solo que él tenía que decirle a su gente las razones por las que recomendaría retirarme la visa y que no se le ocurriera acusarme de narcotráfico o de terrorista, que debía decir que era porque me opongo al mal uso de su investidura, vinculándose a negocios e inmiscuyéndose en un derecho soberano de nuestro país, no productor de petróleo, que buscaba una solución vinculándose a Petrocaribe, gracias a la acción generosa del presidente Chávez con todos los países y pueblos caribeños. Que él podría disponer de su visa, pero no de mis amigos a quienes escojo yo.

Durante mis respuestas le señalaba con mi dedo índice y me pidió varias veces que no le señalara, a lo cual no cedí y él más y más se mostraba irritado. Frente todo esto, el embajador Landis de Venezuela, guardaba silencio y le requerí que fijara la posición de su gobierno frente al sabotaje de estos grupos contra Petrocaribe; tímidamente respondió.

¿De dónde viene mi gratitud a don Víctor Méndez Capellán? A que varias veces interrumpió a su amigo, el embajador norteamericano para ponderar mis cualidades y aclararle por qué gozo del respeto de la sociedad dominicana. Hoy, como siempre, considero que la actitud de don Víctor fue valiente, responsable, sincera, por lo cual aprovecho esta tribuna para expresarle mi gratitud, mi respeto y desearle en este fin de año, salud y larga vida. Mi gratitud eterna.

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