Finaliza agosto y asoma septiembre, lo que nos avisa que entramos, según la historia de los azotes de fenómenos naturales que hemos padecido, en la etapa más crítica de una temporada ciclónica de 2022 prevista con un 65 % de probabilidad superior a lo normal.

La esperanza es que el territorio dominicano salga del período sin mayores percances, pero alertamos sobre estos meses que restan porque históricamente es el lapso de los huracanes más devastadores. Por cierto, el próximo miércoles es el aniversario 43 de David (1979), el sábado el 92 de San Zenón (1930) y el 22 de septiembre el 24 de George (1998).

Precisamente George es el último punto más oscuro, porque por imprevisión e improvisación de las autoridades del área el país fue sorprendido y los daños evitables se multiplicaron. Hoy, gracias a Dios, lo que sirve para regocijarnos, estamos en mejores condiciones para afrontar cualquier fenómeno de la naturaleza.

Pero si agradecemos al Altísimo, es porque pese a carencias fundamentales como es que no contamos con radares, con todo y que estamos situados en el mismo trayecto de los huracanes, no nos ha tocado ninguno de consideración.

Resulta inconcebible que arrastremos ausencias esenciales en cuanto a recursos de la tecnología en el ámbito de prevención climática, incluidas insuficientes estaciones meteorológicas, debido a lo cual tenemos que auxiliarnos de recursos disponibles en Miami y en Puerto Rico.

Superar esas debilidades en los sistemas de prevención de desastres meteorológicos, en un país con un peso del turismo tan grande en la economía, permitiría ofrecer mucha más seguridad a la población, a los visitantes y al personal dedicado a atender las emergencias.

Pero como hay que presumir que hemos estado protegidos y la naturaleza nos ha tratado con benevolencia, a lo sumo nos llegan aguaceros torrenciales que son vistos generalmente como bendición, para aplacar la sequía de algunas zonas y en provecho de la agricultura.

Mantengamos la esperanza de que este tramo tradicionalmente fatídico de la temporada nos trate bien y no tengamos ciclones de la magnitud de algunos que con solo recordarlos, como cantan Los Matamoros en su son, “se enferma el corazón”.

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