NO SIEMPRE LOS DOMINICANOS leemos bien las noticias referidas a asuntos haitianos. No porque lleguen en creole o en inglés, sino porque los prejuicios y pasiones en uno u otro sentidos nublan nuestras mentes. Es bien conocido el discurso acerca del interés de poderosas naciones de que República Dominicana asimile cada vez mayores cuotas de nuestros vecinos, pero se responde bajo el sambenito del anti haitianismo. Ahora, voces distintas nos advierten que el país podría sufrir una oleada migratoria.
No nos llevamos de la versión de Euclides Gutiérrez Félix, que habla de que Estados Unidos nos mandará 200 mil dominicanos. Ni tampoco de las advertencias sistemáticas de la Fuerza Nacional Progresista de que se pretende fusionar las dos naciones, lo que sociológicamente resultaría imposible.
Es una realidad que grandes volúmenes de ciudadanos extranjeros ilegalmente situados en Estados Unidos serán devueltos a sus países originarios a consecuencia de la política migratoria de Donald Trump. En efecto, el alcalde de Miami, Tomás Pedro Regalado, ha declarado su preocupación y alarma por la gran cantidad de personas que serán expulsadas de Estados Unidos, porque en seis meses vence el Estatus de Protección Temporal para inmigrantes ilegales y no será renovado. A consecuencia de ello, miles de centroamericanos y caribeños serán expulsados. No menos de 50 mil haitianos serán enviados a Haití.
Esos haitianos, ya adaptados a la vida en Estados Unidos, no se acomodarán en su país y cruzarán a territorio dominicano.
Es decir, la inmigración crecerá. Ya República Dominicana ha acogido recientemente a miles de ciudadanos de otros países vecinos. La inmigración no es mala en sí. Plantea oportunidades y amenazas. Oportunidades cuando resulta favorable a la economía, en tanto llena demandas calificadas de recursos humanos o estimula la inversión. Amenazas cuando deprime la fuerza laboral interna y abarata los precios de las contrataciones o cuando impacta el medio ambiente y la seguridad ciudadana.
Esta vez no se debe mirar para otro lado. Es un problema serio que amerita políticas públicas preventivas. El dato es que vienen más y habrá que ver có- mo manejarlos