Grenouille trabajó con Baldini durante varios años en los que la fortuna y fama del viejo perfumista crecieron, se había “convertido en el mayor perfumista de Europa y en uno de los ciudadanos más ricos de París”. Al final, cuando el viejo Baldini decide darle “la libertad” a Grenouille, junto a una recomendación, le hizo primero jurar que no revelaría a nadie las formulas secretas de los perfumes creados para el viejo maestro y que nunca más pisaría Paris mientras viviera Baldini, “tenía que jurarlo por todos los santos, por el alma de su pobre madre y por su propio honor. Grenouille, que no tenía honor ni creía en los santos ni en el alma de su pobre madre, juró. Habría jurado cualquier cosa,” (p.133).

Baldini quedó solo, ensimismado en sus cavilaciones sobre la farsa sobre las que construyo su reciente éxito, “haciendo hoy lo que ayer condené. ¿Acaso es esto un crimen? Otros engañan durante toda su vida. Yo sólo he hecho trampas durante unos cuantos años (…)”, (p.135). Mientras Grenouille, que encontraba liberador “la lejanía de los seres humanos”, se marchó a “la montaña más solitaria de Francia”, donde encontró para dormir una cueva estrecha, en la que no había entrado jamás un ser humano, era casi una tumba, pero “en toda su vida no se había sentido tan seguro, ni siquiera en el vientre de su madre”.

Este párrafo, aunque de Stefan Zweig, ilustra la soledad de Gronuille: “El genio creador, sobre todo, necesita temporalmente este aislamiento forzado para medir desde la profundidad de la desesperación, desde la lejanía del destierro, el horizonte y la altura de su verdadera misión. Los más altos mensajes de la Humanidad han venido del destierro; los creadores de las grandes religiones: Moisés, Mahoma, Buda, todos tuvieron que entrar en el silencio del desierto, en «el no estar entre los hombres», antes de poder pronunciar la palabra decisiva. La ceguera de Milton, la sordera de Beethoven, la cárcel de Dostoiewski, la prisión de Cervantes, el encierro de Lutero en la Wartburg, el destierro de Dante y la extirpación voluntaria de Nietzsche a las zonas heladas de la Engadina, fueron exigencias del propio genio, ordenadas secretamente contra la voluntad despierta del hombre mismo”, (Fouché, el genio tenebroso).

El genio necesita soledad, para crecer y dar su mensaje a la humanidad, y Grenouille era un genio maldito. Subir a la fría e inhóspita montaña siempre fue un recurso de suprema grandeza.
Mientras Zaratrustra duró 10 años en la montaña para purgarse de las ataduras morales humanas, Grenouille duró siete años alejado del mundo, en la mayor soledad posible. Al decir bajar de la montaña “los cabellos le llegaban hasta las rodillas, la barba rala, hasta el ombligo. Sus uñas eran como garras de aves y la piel de brazos y piernas, en los lugares donde los andrajos no llegaban a cubrirlos, se desprendía a tiras”.

Renacido había vuelto al mundo, para hacerlo suyo.

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