Dentro de 20 años, en el 2044, se cumplirán dos siglos de la fundación de la República Dominicana que se separa e independiza del fallido Imperio de Haití, que también cumplirá 240 años de su fundación.

Imaginemos dos estados insulares, uno en cada lado, que se reconstruyan como utopías desde el 2024. Constataremos que las oportunidades son infinitas dado el caos y la anarquía de hoy.

No podremos cambiar la historia que nos dio como resultado el presente que vemos.

El modelo de estado que desde 1804 se impuso para liberar a toda una población de la esclavitud, durante 219 años ha impedido su gobernabilidad y progreso, favoreciendo solo a sus gobernantes.

La esclavitud se concibió como causa de ser de raza negra y no como en toda la historia de la humanidad, por ser del bando perdedor de alguna guerra o una conquista. Esto les impidió verse como etnias de orígenes diferentes que no compartían tradiciones, religiones o lenguas.

Estas diferencias aún persisten y son las causas de la ausencia de consensos, compromisos y diálogos.

En Occidente, hemos constatado como estados pequeños, al margen de los imperios que se formaron en el último milenio, y que procedían de etnias, culturas, religiones y tradiciones muy diversas, escogieron modelos de estado que han asegurado gobernabilidad y bienestar para su población.

Entre los modelos que encontramos en Europa, destacan particularmente tres monarquías que en el siglo XX lograron una unión aduanera, pese a tener lenguas y religiones diferentes. Estos son Bélgica, Holanda y Luxemburgo que, en 1944, fundaron el Benelux, en Londres, durante la segunda guerra mundial.

Haití en sus inicios probó repúblicas vitalicias, imperios y reinos, que tuvieron en común ser regímenes que solo favorecían minorías étnicas o raciales de sus líderes, descuidando al resto de la población.

Pero cada uno de los integrantes del Benelux, en sus territorios, tenían bastante homogeneidad de culturas y tradiciones que les permitía mantener su autonomía soberana relativa, para asegurar la estabilidad política de cada país y su desarrollo económico.

El otro modelo de estado que sobresale es el de Suiza con 27 cantones hoy, que, en 1291, se unieron en una confederación de campesinos alpinos, para autodefenderse de sus vecinos imperiales. Este modelo se inició como una democracia directa donde un consejo de sabios dirigía el ejecutivo.

Ese modelo de democracia directa requiere que los ciudadanos opten por el diálogo, la concertación, el consenso y el compromiso, antes que la violencia y la intimidación, para ser exitosa.

Junto a una fuerza pacificadora que estabilice al país, se debe reescribir una constitución que cambie el modelo de estado, de modo que las elecciones que sigan sean para un gobierno cuyos líderes dejen de ser los enemigos de su pueblo y representen sus diversidades.

Esa nueva constitución debe estar acompañada de un masivo plan de inversión internacional que reconstruya las infraestructuras educativas, agrícolas, medioambientales, bajo supervisión mundial, hasta que la economía pueda financiar más del 50% del presupuesto nacional.

Haití se convertiría en un país emblemático del siglo 21, ejemplo para África y el Hemisferio Occidental.

El momento es oportuno para que dejemos atrás la historia y nos concentremos en mirar hacia un futuro que podemos diseñar. Así en vez de ser una retranca, Haití sería un activo insular con relevancia planetaria.

De lograrse, los problemas de Haití se convierten en oportunidades, para cuando haya tocado fondo y rebote del caos y la anarquía.

La República Dominicana, más avanzada, Primera Entre Iguales, de las Antillas y Centroamérica, puede negociar una unión aduanera con Haití, tipo Benelux, que aproveche sinergias, preservando la cultura, idiosincrasia y sistema de gobierno de cada nación.

Los dominicanos debemos iniciar este diálogo, en buena vecindad, para que Haití pueda refundar su estado beneficiando a toda la isla y sus dos naciones.

¡Más Diálogo, Consenso, Compromiso y Acción!

Por Alfredo Vargas Caba

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