Leer a Borges es un gusto. Releerlo, casi una obligación. Unos temas y un lenguaje con amplias referencias de casi todas las culturas, no exento de ironía y con un fino humor de fondo. Bien dijo Savater, Borges hizo algo inédito, un arte para pocos, lo hizo popular.

Borges, personificó el mito del escritor puro, políglota y de memoria prodigiosa (como Ireneo Funes, el memorioso), que parecía haberlo leído todo y que tenía un “pequeño dormitorio…casi una celda monacal; una estrecha cama de hierro, dos bibliotecas y una silla…” por mobiliario (María Esther Vázquez: Borges, sus días y su tiempo), era un universo, casi un iluminado, con pocas ataduras terrenales.

El humor en Borges, era visceral. En el “Prólogo de Prólogos” (donde prologa un libro que recoge todos los prólogos que escribiera), dice: Cuando yo era chico, ignorar el francés era ser casi analfabeto. Con el decurso de los años pasamos del francés al inglés y del inglés a la ignorancia, sin excluir la del propio castellano”. Sin dudas, el humor es liberador. Y la ironía condición del genio, y Borges lo era.

En 1935, Borges tendría unos 36 años, había nacido en 1899, publicó: “Historia Universal de la Infamia”, unos “ejercicios de prosa narrativa (…) ejecutados de 1933 a 1934” y donde da cuenta de la amplitud de sus fuentes y de su amor por la lectura: “Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual”. Años después diría, siguiendo esta línea de razonamiento o de confesión, “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.

Este libro contiene relatos de épocas diversas y lugares lejanos. En “El atroz redentor Lazarus Morell”, escribe: “En 1517 el P. Bartolomé de las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas, y propuso al emperador Carlos V la importación de negros, que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas. A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos (…)”. También, esta otra frase sobre el trato dado a los negros en las plantaciones: “Un buen esclavo les costaba mil dólares y no duraba mucho. Algunos cometían la ingratitud de enfermarse y morir. Había que sacar de esos inseguros el mayor rendimiento.”

En “El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké”, otra narración del libro de marras, Borges escribe una frase que abre múltiples referencias. En la historia, luego de consumada una venganza (“pero sin ira, y sin agitación, y sin lágrimas”) los “oficiales del señor de la Torre…le rogaron que se suicidara, como un samurái debe hacerlo”, pero el maestro de ceremonias no tuvo el coraje: “En vano propusieron ese decoro a su ánimo servil. Era varón inaccesible al honor; a la madrugada tuvieron que degollarlo”.

Nuestra realidad, a veces, es borgeana: “los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo, seguiremos honrándolos con palabras”.

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