Los “Sofistas” y las ideas

Aquí, en Atenas, “no se considera “educado” a quien no sepa correr los cien metros en menos de doce segundos, nadar, ejercitarse en lucha y lanzar el disco y la jabalina”, y quien, luego, se especialice “en oratoria, o en ciencias, o en Filosofía, o en Historia siguiendo los cursos de algunos profesores particulares que los dan paseando por los aledaños de la palestra o sentados bajo un árbol, y que cuestan un montón de cuartos”.

Aquí, en Atenas, “no se considera “educado” a quien no sepa correr los cien metros en menos de doce segundos, nadar, ejercitarse en lucha y lanzar el disco y la jabalina”, y quien, luego, se especialice “en oratoria, o en ciencias, o en Filosofía, o en Historia siguiendo los cursos de algunos profesores particulares que los dan paseando por los aledaños de la palestra o sentados bajo un árbol, y que cuestan un montón de cuartos”.

De todo esto, lo que nos permitirá a los atenienses vivir en la memoria de las futuras generaciones será, sin dudas, la filosofía. Nuestra curiosidad y tolerancia a las ideas foráneas nos harán simbolizar el genio de toda Grecia.

Discutir ideas es parte de nuestra naturaleza. Tengan las ideas sustancia o no. Incluso discutir ideas “sin ideas”, por el solo placer de discutir, retorcer la tuerca y buscarle “la quinta pata al gato” (como se diría después).

Por esto son tan bien vistos, y mejor pagados, los “maestros de sabiduría”, término atribuido a Protágoras, “cuando desde su patria, Abdera, llegó a Atenas para fundar una escuela”. Sin embargo, con el tiempo, tanto por lo alto de los precios para ingresar a sus escuelas como por “el abuso, en que pronto cayeron los sofistas de la argumentación especiosa, de la cavilación dialéctica, en suma, de lo que precisamente desde entonces se llamó con desprecio “el sofisma”, hizo que el término “Sofista” fuere despectivo después. Y con cierta razón.

El problema de la actividad académica del sofista se produce cuando acepta defender ideas de facciones, coyunturales. Como tiene tan buen uso de la lógica y la argumentación podrá defender con sólidas razones cualquier tesis, pero corre el peligro de contradecirse. De decir una cosa en sus ensayos, y otra en sus posturas públicas en defensa del poder de los Treinta y del gobierno de Critias. Incluso, son capaces de sostener una acusación y lograr la pena capital, en contra del “más grande de los atenienses vivos” (Sócrates), como la que dirigieron en 399 por “impiedad pública respecto a los dioses, y corrupción de la juventud”.

Por eso los sofistas pertenecen a las zorras, no a los erizos, según el poema de Arquíloco: “Muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una sola y grande”. Y tienen “una visión dispersa y múltiple de la realidad y de los hombres, (…) perciben el mundo como una compleja diversidad en la que, aunque los hechos o fenómenos particulares gocen de sentido y coherencia, el todo es tumultuoso, contradictorio, inapresable”.

De esta manera mudan sus ideas, se hacen indispensables para la propaganda del poder, pero pierden prestigio académico.

Al Sofista, claro al consumado (al de verdad), le dirás lo que quieres, por más contradictorio que parezca con las normas vigentes, o lo dicho o escrito por el mismo sofista antes y, tranquilo, el pondrá las razones. Por algo es: “El Sofista”.

(Notas de: Historia de los griegos de Montanelli; y, El Erizo y la Zorra de Isaiah Berlin).

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