Me encanta la canción “Ronda en las viejas ciudades”, popularizada por Alberto Cortez. Nos dice que la historia que nos cuentan es la de reyes y grandes batallas, pero nadie sabe describir la morada donde amasaba pan el panadero y su mujer hilaba. Y en ocasiones, digo yo, sin los héroes ignorados, esos que ni idea tienen de lo que es la gloria, lo escrito sería distinto.

Mi primer artículo en enero siempre es sobre “mis personajes del año pasado”. De ningún modo es una competencia con esas selecciones resaltadas por los medios de comunicación. Esos serán famosos, con méritos para ser galardonados. Recibirán los aplausos en ambientes de gala, perfectamente sincronizados, con publicidad para los patrocinadores. Resalto que muchos de estos reconocimientos se hacen de buena fe y pretenden motivar el servicio al prójimo.

Sin restar virtudes a los que aparecerán en la prensa como los más sobresalientes, yo tengo mi breve lista, tan simple como profunda. Sus nombres no importan, aunque sí sus acciones.

  • Su compañero, motoconchista, fue asesinado en un asalto. Quedó sola, sin sustento, sin aliento. Tiene cuatro hijos pequeños. Para sobrevivir, se levanta todos los días de madrugada y se dirige al mercado, con el cuerpo encogido por el dolor a cuestas. En el basurero busca lo que sea para llevarles a sus criaturitas, algo medianamente comestible, que llene barriguitas, que evite los llantos que produce el hambre. Y cada día para ella es un siglo de tormentos, pero sabe que sin su martirio su prole morirá.
  • Seferino sobrepasa los setenta años. Tiene tres nietos que mantener, abandonados irresponsablemente por sus padres. No consigue trabajo. Anda de construcción en construcción, dispuesto a hacer zanjas, levantar fundas de cemento aunque se le rompan las vértebras; pero siempre escucha lo mismo: “Viejo, aquí no hay nada”. A su edad sabe que puede caerse y no pararse jamás, especialmente porque es diabético, sufre del corazón y no tiene ni para la pastilla de un día. “Daría mi vida para que ellos coman”, piensa en el ocaso de su esperanza.

    -Ella es religiosa. Proviene de una adinerada familia europea y dejó todo para dedicarse a servirle con amor a los pobres de esta isla, que son los mismos desamparados de cualquier país. Hace el bien en silencio, como se debe. Cuida y baña a los enfermos, alimenta a los ancianos, sufre cada vez que uno muere, pero siempre tiene fe de que, dentro de las penurias terrenales, muchas de esas almas estarán al lado del Señor.

    Estos son mis personajes del año pasado. No olvidemos que los anónimos, los sin voz, también pueden darnos grandes ejemplos.

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