La Navidad es un tiempo de alegría y celebración. Para los niños es magia, y muy a pesar de la cantidad de adultos que destruyen la inocencia de sus hijos, negando la existencia de Santa Claus y los Reyes Magos, la ilusión de los pocos que aún creen, basta para que el espíritu de esta época brille por sobre todas las cosas.

No importa que tan difícil haya sido el año, al llegar diciembre la alegría se adueña de todo. La gente se llena de esperanza y siente renovadas las fuerzas para seguir adelante, superar las adversidades y vencerlo todo. La Navidad tiene esa magia.

También, es la Navidad una oportunidad para agradecer y hasta pedir perdón. Es tiempo de agradar a las personas queridas. Es una buena excusa para dar y recibir obsequios. Por eso, también es un período durante el cual se incrementan los gastos.

Como siempre, están aquellos que valoran lo más importante. Esos para quienes amar y ser amados es lo único que debería importar, y están aquellos a quienes solo les preocupa lo material.

Es por esta razón que cuando se trata de obsequiar o recibir un regalo, se esmeran y enfocan en lo más costoso. En realidad estas personas piensan más en la impresión que causarán que en sí necesita realmente ese regalo.

Es lo mismo que ocurre cuando las familias se están preparando para su cena de Nochebuena, hacen varias veces listas de todo cuanto necesitan para tener una perfecta mesa donde no falte nada.

No escatiman en gastos. No importa lo que cueste. Compran y gastan más de lo debido, preocupados porque nada falte, pero se olvidan que lo más importante y que nunca debe faltar en ningún tiempo del año no se compra, ni puede venderse.

Lo que nunca debe faltar en nuestras vidas es la empatía. En el momento mismo en que las personas aprendan a colocarse en el lugar de los demás, terminarán los engaños, las mentiras, las traiciones.
Solo entonces habremos aprendido a amar al prójimo como a uno mismo…

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