Las pasadas elecciones presidenciales y congresuales se enmarcan en un interesante proceso que demuestra que avanzamos. Aquí destaco el positivo ambiente de la campaña electoral y el comportamiento de la ciudadanía. Ya analizar los resultados es otro tema, aunque resaltó que eran muy previsibles.
Las recientes campañas electorales han transcurrido en paz, salvo las excepciones propias de la idiosincrasia caribeña, donde el ruido es esencial en cada actividad y las discusiones no pasan de palabras y suelen terminar con el abrazo de los protagonistas.
Empecemos por la Junta Central Electoral, JCE. Hace años no inspiraba la mínima confianza en la población. La parcialización de sus miembros era extremadamente evidente. El poder de aquella época dirigía las acciones y decisiones de la JCE y fuimos testigos de elecciones amañadas. Se irrespetaba la voluntad popular reflejada en las urnas. Gracias a Dios, hoy tenemos una JCE que hace bien su trabajo, que se esfuerza por organizar elecciones transparentes, informando sobre los resultados reales. ¡Enhorabuena!
Nos referiremos a las luchas internas en los partidos políticos para elegir sus candidatos. Eso era un desastre, a veces un campo de batalla. Allí los disparos competían con las sillas por el dominio de los espacios donde se celebraban esas elecciones. Era algo fratricida, duelos con espada entre hermanos, que provocaban luto y dolor en la sociedad. Aquí los compañeros, compatriotas y camaradas terminaban siendo enemigos irreconciliables y las acusaciones de fraude y maltrato eran el pan de cada día.
Eso fue uno de los motivos principales de las divisiones de nuestros partidos políticos, causando un gran daño a nuestra democracia. Los ejemplos están ahí: PRD, PLD, PRSCS, MPD, PCD… y decenas de partidos minoritarios que entendían que esas siglas eran un canal para, de manera irresponsable, ser parte de las “mieles del poder”. Y, por desgracia, varios lo lograron. Algunas organizaciones, en términos electorales, se estrepitaron luego de estar en la cúspide y jamás levantaron cabeza. Hoy esas elecciones internas, aun con sus fallas, se celebran con razonables normalidad, aunque quedan peligrosos residuos de antaño.
También dejamos atrás aquellos comunes y tristemente recordados “muertos de campaña”, que en contadas ocasiones tenían consecuencias penales y lo veíamos como algo normal; por igual, no hemos visto desde hace tiempo en las caravanas y mítines los frecuentes enfrentamientos a pedradas y disparos por cualquier nimiedad.
Nuestra cultura política se fortalece cada vez más, con un liderazgo que refleja madurez, donde ganadores y perdedores conversan, distinto a varios países latinoamericanos cuyo liderazgo es irreconciliable entre sí, provocando radicales fragmentaciones en la sociedad. Y la población sigue los pasos de sus dirigentes. La mejor muestra de nuestro avance: las elecciones del pasado domingo.