A doña Raquel Arbaje, honorable primera dama, promotora silenciosa de la literatura infantil

Sólo él tiene el derecho/de tutearle a la mar
lo parieron mar adentro/y se le quedó la sal

Patxi Andión

En días pasados condenaba Francisco, papa imprescindible para estos tiempos, la violencia y los prejuicios contra las mujeres, afirmando además que concederle igualdad de salarios y oportunidades con los varones podría ayudar a crear un mundo más pacífico.

Gabriel García Márquez discierne que en nuestro Caribe tropical los hombres encarnamos la barbarie, y las mujeres la civilización.

Y contaba ese iluminado de nuestras américas, que haberse criado entre mujeres formó la pasta humana que lo convirtió en Nobel de literatura y en todo lo grande que fue.

Las disquisiciones y discusiones sobre la denominación de género llegan hasta él, como lo llama la mayoría, o la mar como preferimos denominarla otros.

La mar, porque es pródiga como las mujeres, compañera de ilusiones y soledades, amamantadora, dadora de vida, sostén, alborada, aurora, alba, algarabía, alfa y omega, principio y fin.

La conocí desde siempre, cuando Güibia era playita limpia y linda y mamá nos llevaba a sus críos a conocerla, tan crepitante, tan cercana y lejana, yéndose y trayéndose navíos con cargas de bonanzas, y a sus desconocidos pasajeros pletóricos de ilusiones, sueños y afanes.

Aunque han pasado muchos mundos desde entonces, aún cruzan centelleantes por mis pupilas fulgores de niño alborozado, coleccionista de piedritas lindas de fulgentes colores de Güibia, atesoradas luego en oscuros rincones de nuestra casa de opacas tejas rojas, allá en María Auxiliadora…

Si la mar no hubiera sido hembra, protectora, difícilmente el capitán Nemo habría podido alcanzar las 20 mil leguas de viaje submarino, por más fecunda que fuera la creatividad de Julio Verne.

Es más, Los Beatles mismos jamás hubieran podido viajar hacia el sol, y vivir bajo las olas en su Submarino Amarillo, acompañados por sus amigos y muchos de sus vecinos, de no ser por la tierna acogida que les diera la mar.

En verdad, verdad os digo: estoy bien seguro de que si la mar no hubiera sido su aliada, la gran ballena blanca Moby Dick jamás habría podido derrotar al capitán Ahab y sus arponeros asesinos en las gélidas aguas del fin del mundo, en aquella memorable batalla final.

El mar tiene que ser hembra, porque si fuera macho varón sería irresistible proceloso y revuelto, y ninguna de las escenas descritas habrían tenido lugar aún en mentes tan fecundas como las de sus autores.

Por eso desde las honduras de mi subconsciente, cada cierto tiempo un llamado me ordena recorrer de vez en vez el malecón, y sin necesariamente mirarla de frente, sólo presintiendo su ondulante sabana verdiazul, sabiéndola compañera segura y apenas presintiendo su presencia imprescindible, para este isleño de mente trashumante que va siempre conmigo.

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