Concentrar el poder o las funciones no es bueno –casi– en ningún escenario. Y, si nos referimos a órganos tan importantes como el Ministerio Público, entonces el error es mayúsculo.
El Ministerio Público realiza una importante labor, llamada histórica por algunos, no exenta de críticas, por otros. Esto por varias razones, incluyendo que tiene, esencialmente, la misma conformación, salvo por quien dirige, y que no es realmente independiente. Por lo que, argumentan, en las acciones mezclan interés político y malquerencias personales de algunos.

También, que no es prudente que dos personas controlen todo lo referente a la investigación y litigación de los procesos. Son los “hombres-equipo”, lo son todo y, por lógica en contrario, sin ellos nada es posible. Y eso no es correcto ni es prudente. Y a esta crítica, entiendo, deberían ponerle mucha atención.

En esencia, dos fiscales, los licenciados Camacho y Berenice, realizan la mayoría de los interrogatorios o entrevistas, desde un camarógrafo hasta un antiguo ministro o funcionario de primer nivel. Lo que implica que son los únicos que manejan todos los datos, para poder hacer una adecuada entrevista, o, por lo menos, eso aparenta.

En ese proceso los demás fiscales cooperan, bajo estricta dirección y supervisión, con algunas diligencias de investigación, como los allanamientos, por ejemplo.

Y luego, en la medida de coerción, aunque va un equipo de fiscales, muchos solo realizan labores pequeñas, aunque importantes en relación con la visión global de la Procuraduría sobre la publicidad de los procesos y la pugna mediática, como sería “posar” para la foto que se distribuirá a los medios de comunicación tradicionales y alternativos, o cuando los dos fiscales principales -y casi únicos-, en las escalinatas del Palacio de Justicia, van a dar alguna declaración a la prensa, pararse detrás.

Pero, en el proceso de litigación, apenas le ponen a leer, sin interpretar ni despegarse del texto, alguna parte menor de la solicitud, mientras los dos titulares (y casi únicos), respiran un poco y toman un sorbo de agua fresca que le pasa algún asistente.

Obvio, cualquiera diría: si les ha ido bien hasta ahora, ¿para qué cambiar el esquema? Aunque, la pregunta más importante sería, ¿por qué dos concentran todo el trabajo?

Para responder a la primera pregunta, entiendo que las investigaciones no son tan buenas ni las solicitudes de imposición de medidas de coerción tan sólidas como algunos creen, a pesar de los buenos resultados.

La segunda pregunta, implica múltiples respuestas posibles de las que solo enunciaré dos: 1. No les tienen confianza plena al personal y creen que informaciones sensibles se podrían filtrar; y 2. Entienden que no están al nivel de litigar con eficiencia los procesos o que no cuentan con la acreditación de los dos litigantes principales (y casi únicos).

Por motivos de espacio no presentaré razones sobre ambos aspectos, quizás en otra Pincelada.

Claro, estos procesos de corrupción, con implicaciones políticas en todos los órdenes, ameritan un manejo muy discrecional de la información, y formar un equipo de total confianza tanto en la investigación como en la litigación no es tarea fácil, pero deberían abocarse a ello.

Perdonándome la intromisión o consejo no solicitado.

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