En el diccionario de la Real Academia Española se dice que la expresión “a la deriva”, entre varias acepciones, tiene el significado de ir “sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias”.

Tal parece que esto le sucede al actual gobierno que no deja un minuto de asombrar a la opinión pública con las ocurrencias y determinaciones de sus funcionarios que toman decisiones o emiten declaraciones que luego tienen que ser enmendadas por resoluciones posteriores, aclaraciones en los medios o campañas de publicidad.

Lo peor de todo es que, en vez de corregir su caminar de “borracho dando tumbos”, se ofenden cuando les dicen que el presidente Abinader, ante esta incompetencia, se ve obligado a “jugar todas las bases” y a tocar todos los instrumentos de la orquesta. “Un hombre orquesta”, como lo afirmó hace algunos días el expresidente Leonel Fernández.

Esta ausencia de coordinación la acabamos de presenciar esta semana cuando el responsable máximo de la Dirección de Contrataciones del Gobierno declaró que para el Ministerio de Salud Pública resultaba extremadamente oneroso el mantener en su presupuesto el programa de medicamentos costosos destinado al auxilio de los pacientes de escasos de recursos que no pueden pagar de su bolsillo el tratamiento necesario para enfrentar una enfermedad catastrófica.

La protesta no se hizo esperar. Los pacientes -beneficiarios del programa- pusieron el grito al cielo y aprovecharon la insensibilidad del funcionario para denunciar las deficiencias por las que atraviesa el programa, con medicamentos que escasean o que simplemente no han sido suministrados desde hace varios meses.

Desde luego, la opinión pública se solidarizó con estas personas necesitadas, cuya vida depende del acceso al tratamiento, y desde la oposición se le hizo saber al Gobierno que para sus funcionarios la salud no era para quienes la necesitaban, sino para quienes la pudieran pagar.

Ante tal indolencia hubo intento de corregir el rumbo con declaraciones que trataban de atenuar el despropósito, pero el escándalo fue de tal magnitud que el Gobierno terminó por pagar “portadas y páginas completas” en todos los diarios del país para afirmar que el programa continuaría.

El rumbo perdido finalmente había sido corregido, pero resulta que cuando esto acontece en un gobierno se despilfarra el dinero de los contribuyentes y se le hace un daño, a veces irreparable, a la ciudadanía. Y si este hubiera sido el único caso de desorientación e incompetencia se respiraría aliviado, pero lamentablemente no ha sido así.

En esta misma semana el país se ha enterado de que el analfabetismo que en los últimos años venía reduciéndose sistemáticamente gracias a los programas puestos en práctica por gobiernos anteriores se ha abandonado y cuando los medios de comunicación investigan lo sucedido se enteran de que los planes que ejecutaba el Ministerio de Educación para lograr un país libre de analfabetas fueron pura y simplemente abandonados por este gobierno.

¿Cómo? Esa es la interrogante que se hace el ciudadano, y no hay excusa que lo explique porque Educación cuenta con un presupuesto multimillonario, de un cuatro por ciento del PIB. Entonces, ¿cuáles razones han provocado el fracaso del plan de alfabetización? Sencillamente su abandono, porque las autoridades educativas despidieron a todos los especialistas encargados de ejecutarlo. Pero ¿es esto posible? Vuelve a preguntarse el ciudadano. Y lo es -esa es la penosa respuesta-, porque cada funcionario de este gobierno anda por su cuenta y cuando viene a corregirse el rumbo ya el daño está hecho y es imposible recuperar el tiempo perdido.

Solo me he referido a lo sucedido esta semana porque si nos remontamos más lejos recordaremos el colapso sufrido por el programa de inglés por inmersión que tanto fruto ofreció a humildes estudiantes que becados por el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología pudieron ir a estudiar a universidades de los Estados Unidos. Una vez más, un diario de circulación nacional lo denunció y de nuevo las autoridades se empeñaron en negarlo, pero sin que pudieran ofrecer una respuesta válida y creíble ante lo que había acontecido.

Y si seguimos haciendo memoria vendrá a nuestra mente la marcha sin dirección y a merced de las circunstancias del programa Supérate, con hogares pobres que pasan dos o tres meses sin que la tarjeta tenga fondos; con beneficiarios que no califican porque tienen recursos para sostenerse; con tarjetas falsificadas y con denuncias constantes de fraude, a tal punto el descrédito a que se ha llegado que el pueblo ha terminado por identificar al programa como “Desespérate”.

Definitivamente, el rumbo se ha perdido. La incompetencia, en unos casos, la desidia, en otros, la insensibilidad ante la pobreza de muchos, conducen a este gobierno a aguas procelosas de tormenta, y es una lástima, porque en los últimos años el país marchaba por un sendero seguro de progreso que nunca ha debido perderse.

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