Debo a dos amigos la lectura de la obra de Robert Bolt, “Un hombre para la eternidad”, y haber visto la película realizada sobre la misma, del año 1966. Grandes obras, y no solo para abogados, sobre la conciencia y la dignidad del ser humano.

Robert Bolt, (1924 – 1995) “fue un escritor y guionista británico ganador de dos premios Óscar. Su obra más conocida es “Un hombre para la eternidad”, acerca del conflicto entre Tomás Moro y el rey de Inglaterra Enrique VIII en el siglo XVI a causa del divorcio de este con Catalina de Aragón, su posterior matrimonio con Ana Bolena y la reforma religiosa anglicana” (https://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Bolt).

El primero de los amigos me refiere un fragmento icónico de la película que tiene como trasfondo varios principios del proceso penal. Y, aunque en la representación en la pantalla difiere en algunos aspectos de la obra escrita, son formidables las referencias que produce. Dicho fragmento me hizo ver la película íntegra y luego, comentándole a otro gran amigo el hallazgo, este me hizo llegar una copia de la obra de teatro, (Madrid, 1967, 178 páginas).

El fragmento que refiero, en la película, está mejor que en la obra de teatro, pero citare la obra textualmente, páginas 85, 86 y 87. Resulta que Sir Tomás Moro está en la mesa con la familia (esposa, hija y nuero) y entra Richard Rich, oscuro personaje, quien luego de una conversación da la apariencia de que actúa como espía en contra de Moro, a favor del Secretario del Rey, Tomás Cromwell, un fuerte enemigo que tiene Moro en lo más alto de la Corte de Inglaterra. Al salir Rich de forma intempestiva, se produce el diálogo en el cual la familia le recomienda a Moro que lo mande a arrestar por ser un traidor y espía. Aquí la esencia del diálogo, por razones de espacio pongo (o) como “otro personaje” y (m) por “Tomás Moro”:

(o) Ese hombre es malo.// (m) Eso no es bastante ante la ley.// (o) ¡Sí lo es para la ley de Dios!// (m) Dios entonces puede detenerlo.(…) Yo entiendo de la ley, no de lo que nos parece bueno o malo. Y me atengo a la ley.// (o) Mientras que hablas, se escapó.// (m) El propio diablo puede escaparse mientras que no quebrante la ley.// (o) ¿De modo que, según vos, el propio diablo debe gozar del amparo del derecho?// (m) Sí. ¿Qué harías tú? ¿Abrir atajos en esta selva de la ley para prender más pronto al diablo?// (o) Yo podaría a Inglaterra de todas sus leyes con tal de echar mano al diablo.// (m) ¿Ah, sí? Y cuando hubieses cortado la última ley, y el diablo se revolviese contra ti, ¿dónde te esconderías de él? Este país ha plantado un bosque espeso de leyes que lo cubre de costa a costa, leyes humanas, no divinas. Pero si las talas, y tú serías capaz, ¿te imaginas que ibas a resistir en pie Ios vendavales (…).

Y, concluye, Moro, con estas sabias palabras: Sí, por mi propia seguridad, yo otorgo al diablo el amparo de la ley.

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