Al final de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de los países occidentales ganadores de la contienda decidieron establecer una paz con un cierto grado de magnanimidad, luego de una guerra que había costado decenas de millones de vidas. Para lograr dicha solución fue necesario poner la vista en lo alto, en el horizonte. Como consecuencia, la República Federal de Alemania, inaugurada en 1949, con un primer gobierno presidido por Konrad Adenauer, se convirtió en una parte esencial del sistema de las democracias occidentales. Aun más, su imparable economía ha sido un puntal para la prosperidad de los países europeos. En fin, el antiguo enemigo se ha convertido en un socio y aliado indispensable para Occidente.

Esta experiencia contrasta con lo ocurrido en 1991, con el fin de la Guerra Fría, resultado de la disolución de la Unión Soviética. Rusia, hoy la Federación Rusa, perdió su poder e influencia sobre quince países. Siendo así, países como Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, Alemania Oriental, que se unificó a Alemania Federal, pasaron a ser democracias representativas, con economías de mercado. Un desarrollo innegablemente positivo. Sin embargo, esta vez Occidente y la Federación Rusa no se convirtieron en socios, mucho menos en aliados. ¿Que explica este resultado? Podría adelantarse la hipótesis de que en esta ocasión no gobernaban en ninguno de los dos lados estadistas de la talla de Churchill, Roosevelt, Truman, De Gaulle, o Adenauer. En segunda lugar, la Federación Rusa, bajo el liderazgo zigzagueante de Boris Yeltsin estaba muy debilitada. Lo suficientemente decaída para que hombres carentes de visión no la tomaran suficientemente en serio. Grave error. Si bien los estados y las naciones pueden experimentar caídas, igualmente poseen la capacidad de recuperarse. La Federación Rusa, que ocupa el diez y siete por ciento de la tierra habitable del planeta, y como tal, es poseedora de recursos inconmensurables, bajo un nuevo liderazgo decidido a recuperar su influencia, se ha recuperado, no como socio, pero como rival de Occidente.

Ahora, más de setenta años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, la prensa internacional reporta la posibilidad de una nueva guerra, esta vez entre Ucrania, apoyada por Occidente, y Rusia. La gravedad de la situación es tal que muchos ciudadanos están abandonado Ucrania, siguiendo las instrucciones de sus gobiernos. Adicionalmente, algunas de las más importante aerolíneas han interrumpido los vuelos sobre un territorio donde abundan sistemas balísticos de diferentes alcances. Como es natural en situaciones como esta, la prensa y la opinión pública no han tardado en tomar partido. No obstante, lo que queda es preguntarnos si esta situación pudo haber sido evitada, si las partes hubieran logrado un consenso que las hubiera convertido en socios, para garantizar la prosperidad de sus ciudadanos y la paz mundial.

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