Administrar justicia en nombre del dios de las mil formas era la manera que tenía Virata, a quien llamaban: “La Fuente de la Justicia”, para alejarse de la culpa y poder entrar en paz en la trasmigración. Según él, en su labor, velaba “porque las culpas sean expiadas” separando “lo verdadero de lo falso”.
Un día llegaron a su presencia en busca de justicia unos pastores del oeste del país, habían caminado siete días para llegar allí, tenían atado al “peor de los malvados, un monstruo” que era de una tribu de costumbres impías que “comen perros y matan vacas” y que había matado a 11 personas, porque “un hombre se negó a entregarle a su hija como esposa”.

Allí se produce un diálogo interesante sobre el conocimiento de los hechos y de la verdad histórica que puede tener Virata, a quien llamaban: “La Fuente de la Justicia”, pues el encadenado, mirando con ojos severos al juez, dijo: “Cómo puedes saber qué es verdadero y qué es falso si lo miras todo desde lejos, pues en tu saber tan solo te nutres de las palabras de los hombres?”, a lo que Virata, respondió: “Para descubrir la verdad, me gustaría contrastar sus argumentos con tus réplicas”. Entonces, el encadenado, con desprecio, dijo: “No discuto con ellos. Cómo puedes saber qué he hecho si ni siquiera yo mismo sé lo que hacen mis manos cuando me consume la rabia?”, y luego afirma: “Cómo pretendes saber la verdad a partir de las palabras de los otros?”.

Virata, el justo, le condena a once años encerrado en la oscuridad de la tierra y a azotes hasta derramar sangre, también once veces cada año. Virata afirma que: “He medido la condena con equidad”, a lo que le responde el encadenado: “¿La has medido con equidad? ¿Y dónde se halla, juez, la medida que aplicas? (…) ¿Has estado alguna vez en prisión, como para saber cuántas primaveras quitas a mis días? No eres un juez sino un ignorante, pues tan sólo sabe del golpe quien lo siente en carne propia y no quien lo asesta; sólo aquél que ha sufrido puede medir el sufrimiento. Tu orgullo osa castigar a los culpables y tú eres el más culpable de todos, pues yo he quitado la vida en un arrebato de cólera, mientras que tú me quitas la mía a sangre fría y me aplicas una medida que tu mano no ha sopesado para descubrir su verdadero peso (…) Por qué no me matas? Yo he matado, un hombre tras otro (…) Arbitrariedad es tu ley y tortura tu sentencia. Mátame, puesto que yo he matado”.

Se llevaron al encadenado al fondo de la tierra. Virata quedó pensativo. Ese día no dirigió una palabra más a los hombres, su alma estaba inquieta. Cómo juzgar a los hombres desde la distancia, sin conocer las cosas, y no ser injusto y caer en la culpa, “no se puede medir a nadie con una vara que no se conoce”, pensaba. Y decidió cambiarse por el preso, en las entrañas de la tierra, por el espacio de tiempo de una luna, para sufrir aquello en carne propia.

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