No cultivemos la verifobia

Alguien escribió una vez que la mentira es la madre de la filosofía. O así decían los atenienses que surgió esa disciplina y de la cual Epicuro decía de debíamos ser esclavos “para tener verdadera libertad”.

Alguien escribió una vez que la mentira es la madre de la filosofía. O así decían los atenienses que surgió esa disciplina y de la cual Epicuro decía de debíamos ser esclavos “para tener verdadera libertad”.Las discusiones sobre la verdad y la mentira, aunque atraviesan toda la historia del pensamiento occidental, han estado presentes en todas las culturas, algunas más antiguas que la nuestra, y parecería ser una tema recurrente y siempre abierto. Incluso, la famosa concepción de la verdad correspondencia, que recoge la expresión latina “veritas est adaequiatio rei et intelletus”, aunque mayoritariamente aceptada como adecuada, sigue encontrando quien la impugne.

Sobre este tema me viene a la memoria la polémica sobre el derecho a mentir, que enfrentó al filósofo de Königsberg, Inmanuel Kant, y al escritor y político francés Benjamin Constant, famoso por su oportunismo o, como se diría, por su “solo inconstancia constans”. Y hace apenas tres años, la discusión sostenida por los famosos procesalistas italianos Michele Taruffo y Bruno Cavallone, que tuvo como punto de partida el concepto de “verifobia” (enemigo de la verdad), expuesto por el primero en una de sus obras (“Simplemente la verdad: el juez y la construcción de los hechos”). Lo anterior viene a cuento, porque contrario a lo que se pudiera pensar, el tema de la verdad -y la ausencia de ella o de la mentira- tiene una importancia práctica importante, y no un simple interés filosófico e intelectual. Y esa importancia no se reduce al ámbito de las ciencias experimentales o las ciencias humanas, sino a actividades tan relevantes como la economía o la conducción misma de la vida política de una nación.

Consciente de ello es que, en gran medida, en todas las sociedades modernas la transparencia en los asuntos públicos se ha erigido una obligación de los que ejercen alguna función, derivada del voto popular o no, y el de buscar, obtener informaciones -que se suponen-, en un derecho fundamental. En muchas sociedades modernas, mentir o simplemente tergiversar la verdad acarrea sanciones de diversa índole, así como un repudio social generalizado.

Y no es que ingenuamente creamos que la mentira -sobre todo aquella que construye el más burdo interés-, no se encuentre a la orden del día, o no sea una de las propensiones del “ángel caído”, sino que social y políticamente no tiene que ser tolerada o simplemente ignorada. Porque es muy probable que la mentira pueda ser presentada, en determinadas circunstancias, como “piadosa”, pero sólo la verdad libera y, porque -como diría Gramsci- “sólo la verdad es revolucionaria”. No cultivemos la verifobia. Al final su costo es más alto que el de la verdad.

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