La envidia

Lo más próximo a la envidia debe de ser el interés de apocar el éxito ajeno. Si nos fijamos en la actitud de algunos quejosos sobre las supuestas irregularidades ocurridas en el pasado proceso electoral, llegamos a la conclusión de que detrás…

La envidia

Maravillado por un texto sobre la envidia, publicado  en el Listín Diario el pasado día 21, traté de conseguir que alguien en Twitter me informara acerca de la identidad de ese exegeta que escribe periódicamente en ese medio con el seudónimo…

Lo más próximo a la envidia debe de ser el interés de apocar el éxito ajeno. Si nos fijamos en la actitud de algunos quejosos sobre las supuestas irregularidades ocurridas en el pasado proceso electoral, llegamos a la conclusión de que detrás del ejercicio de un derecho está latente la intención de desdibujar un triunfo obtenido en buena lid. El sedimento que queda del fango arrojado al resultado electoral pretende empañar la hazaña del presidente Danilo Medina de obtener una victoria inédita con casi un millón trescientos mil votos por encima de su rival más cercano.

Más de 2.6 puntos porcentuales en una primera vuelta no se alcanza todos los días en un sistema multipartidario como el prevaleciente en la República Dominicana, razón por la cual sembrar dudas sobre la idoneidad del proceso tiene la intención de que, dentro de muchos años, cuando los historiadores reseñen la proeza danilista, tengan que hacer notar que a pesar de ello la transparencia de la victoria fue puesta en entredicho. Y así seguirá figurando hasta que eventualmente desaparezca la parte fundamental del relato histórico, es decir, que hubo un candidato que logró reeditar su mandato con más de 10% en relación con su primera elección. Algo que no suele repetirse tan fácilmente. Deberán decir los historiadores que seis de los siete contendores de Danilo en conjunto no llegaron al cinco por ciento de los votos válidos escrutados, pero fueron los primeros en denunciar fraude, e incluso reclamar la repetición de las elecciones.

El proceso recién pasado debería aportar enseñanzas fundamentales para varios de los participantes, quienes pudieran aprovecharlo para acopiar experiencias importantes con vista a futuras contiendas electorales. Pudieran aprovecharlo para evaluar los porqués de una debacle tan significativa de las opciones alternativas, la cual no pueden insistir en atribuirla al uso, real o supuesto, de los recursos del Estado por parte del candidato ganador, pues se ha comprobado en el pasado que eso ayuda al abanderado oficialista pero no es determinante.
Sin embargo, no lo están haciendo. Por el contrario están tirando por la borda el espacio de visualización que obtuvieron en la ciudadanía tratando de enlodar un triunfo que solo los tercos no percibían mucho antes de los comicios, y cuya terquedad impidió a los opositores presentar una boleta común.

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Maravillado por un texto sobre la envidia, publicado  en el Listín Diario el pasado día 21, traté de conseguir que alguien en Twitter me informara acerca de la identidad de ese exegeta que escribe periódicamente en ese medio con el seudónimo de “Félix Bautista”, sin que nadie pudiera sacarme de mi infame ignorancia.

Confieso que nunca antes había tenido ante mis ojos un recuento tan detallado de las diferentes interpretaciones que figuran sobre ella en la Biblia, y en otros textos de famosos autores, y me dije a mi mismo fascinado: “He ahí, por fin, a un verdadero autor; a un exquisito intelectual en pleno y absoluto dominio de la literatura universal”. Con qué finura y precisión este hombre pone al descubierto la maldad humana y la forma en que ella nos corrompe, con su enorme capacidad para desconocer el éxito del contrario, a aquél que milagrosamente logra superar un mundo de escasez y restricción y elevarse a las alturas, apenas con la sola y única oportunidad que se deriva de una función pública.

Y me pregunté: ¿A quién se referirá este sabio intérprete de las Sagradas Escrituras? ¿Quién será el modelo de ser ejemplar que este brillante y anónimo escritor nos retrata en esos párrafos maravillosos sobre el más terrible de los sentimientos humanos, que él define como la envidia? ¿Quiénes serán los envidiosos y resentidos, negados por la ceguera de la envidia, esa serpiente venenosa que destruye el interior de los individuos, a reconocer los méritos del gran ciudadano que ese autor anónimo nos presenta como un modelo?  ¿Quién me saca de mi imperdonable ignorancia?

¿Será un émulo de Duarte, el Patricio? ¿La reencarnación masculina de la madre Teresa? ¿O acaso se trata de la mutación de un profeta bíblico o el propio Redentor, aquél que murió para salvar al mundo del pecado? ¡Qué adorable pluma se esconde en un seudónimo!

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