Había infinidad de maravillas en el Palacio del Cerro, un derroche de imaginación pantagruélica, escabrosa, una apetencia por los colores más estridentes, un desborde alucinante de extravagancias por todos los rincones.

De acuerdo a la detallada descripción de Crassweller, aparte de los cuatro Budas en bajorrelieve (un Buda de color rojo y verde en las cuatro esquinas de uno de los techos), aparecían dragones y espadas y colmillos de elefante entrecruzados. Pero lo peor era el piso, un fatídico piso brillante a manera de complemento, un brillante piso de mármol con incrustaciones que duplicaba la existencia del techo, toda la decrepitud del techo, dos veces techo, como si con una no bastara.

Los dormitorios eran de pesadilla, habitaciones espeluznantes —dice más o menos Crassweller—, que producían una sensación de inquietud e inducirían en los posibles huéspedes un sueño de penitencia.

Los baños —añade Crassweller—eran otra de las cosas notables que sorprendían al visitante. Un baño principal con vidrios negros, demoníacos vidrios negros de mal agüero, y también vidrios azules de un azul brillante, aparte de una horrible bañera empotrada, con mosaicos de color negro y dorado (¡mosaicos de color negro y dorado!) y además una pared revestida de cerámica con bizarros motivos. Un pez espada saltando detrás de otro, diseños de colores igualmente negros y dorados, toda una fijación con los colores negros y dorados entremezclados con colores grises, verdes y naranja. Un desconcertante concierto de colores chillones. Y para colmo de remate, unos herrajes vulgares enchapados en oro.

Lo peor de lo peor es que además el edificio estaba mal construido y se había tragado una fortuna. El ascensor, por ejemplo, se atascaba en el tercer piso a causa de una falla en la construcción del hueco o en la instalación, pero los costos ascendían a unos cinco millones de pesos, quizás más. Es muy probable que se ocultaron o trataron de ocultar o por lo menos disimular. Aunque parezca mentira, se hablaba de sobornos, sobrevaluaciones, manejos turbios, de cosas que supuestamente nadie se atrevía a hacer o hacía con mucho tiento bajo el régimen de la bestia. En la medida de lo posible sus inspectores estaban presentes en todas las construcciones de obras públicas y privadas. A la bestia le encantaba robar, pero no le gustaba que le robaran lo que consideraba suyo y todo el país era suyo.

Mientras la obra avanzaba, y sobre todo cuando tocaba a su fin, aumentaba el número de cortesanos curiosos que acudían en peregrinación para husmear, para hacerse una idea, para ver y comprobar con sus propios ojos lo que por todos lados se decía: el rumor público que se extendía como una mancha de aceite sobre papel.Nada de lo que se hacía y se decía era, por cierto, ajeno a las intrigas de Paulino ni a su deseo de provocar la caída de Cucho Álvarez, uno de sus mejores enemigos íntimos.

Alguna gente comenzó a decir que era el edificio más feo del mundo, incluso lo rebautizaron con el nombre de Casa de orates. Se decía por lo bajo y por lo alto que semejante adefesio era indigno de la dignidad de la bestia, indigno de ser habitado por el querido jefe, por el benefactor de la patria. Ni siquiera un mural del afamado pintor español José Vela Zanetti (en lo que debía ser el comedor privado) se salvaba de los chismes y las críticas. El mural representaba una fiesta campesina, pero era muy poco festivo y nadie parecía estar divirtiéndose, según los peores comentarios.

Se dice, sin embargo (o lo dice específicamente Cucho Álvarez en sus memorias), que el arquitecto Garzón Bona había presentado a Trujillo y María Martínez, a solicitud del mismo Trujillo, varias propuestas de diseño para dar inicio al proyecto y que al cabo de unos meses la Martínez le dio su entusiasta aprobación a una que parecía un castillo, pero con modificaciones antojadizas que la Ilustre dama consideraba pertinentes y que desfiguraban en gran medida el proyecto de Gazón Bona.

Durante el acelerado proceso de construcción, y bajo la estricta supervisión de María Martínez, Gazón Bona se reunió con ella en incontables ocasiones y de cada reunión salían nuevos cambios, modificaciones, ampliaciones, todo tipo de distorsiones.

Tanto María Martínez como la bestia visitaban con cierta asiduidad la obra e incluso ordenaban cambios de los que el arquitecto se enteraba cuando ya se habían llevado a cabo.

Al parecer Cucho Álvarez, que era él responsable de la construcción, y el arquitecto Gazón Bona se limitaron a obedecer, a aceptar las “sugerencias” que impartía la esposa de la bestia y que volvieron a la larga irreconocible la propuesta original.

La doña y la bestia, pero sobre todo la doña, parecían, pues, estar satisfechos con la ejecución de la obra. Pero un día, después de una visita en compañía de varias selectas amigas, cambió repentinamente de opinión. Las damas que la acompañaban no escatimaron burlas, críticas, intercambiaron risitas, denostaron el mal gusto, la decoración sobrecargada.

La doña se quejó entonces con su marido y el marido visitó el lugar que ya había visitado varías veces, pero en compañía del intrigante Anselmo Paulino, que estaba a punto de convertirse en el primer favorito.

Trujillo y su séquito recorrieron la edificación que ya estaba prácticamente terminada y las críticas de Trujillo no se hicieron esperar. En la habitación principal notó con disgusto que había un exceso de puertas, sin que nadie se atreviera decirle que las puertas se habían puesto de acuerdo a las instrucciones recibidas de parte suya o de María Martínez. En algún momento se detuvo la bestia frente al mural de la fiesta campesina de Vela Zanetti y dijo que lo que aparentaba era un velorio. Nadie lucía contento en aquel mural, la mayoría de la gente estaba aburrida.

Cuando estaban a punto de salir, la bestia le preguntó a Paulino qué le parecía semejante disparate, el edificio en conjunto, y Paulino dijo que le parecía una verdadera casa de orates. Una casa de locos.

Tanto derroche de extravagancias era insultante, era una afrenta, no congeniaba, según los entendidos, con él, con el supuesto estilo o carácter espartano que le atribuían a la bestia, y la pundonorosa y noble bestia rechazó de plano la obra que nunca fue amueblada ni habitada por él.

Poco tiempo después Don Cucho recibió un nombramiento envenenado. Lo nombraron diputado en el mes de mayo de 1950, lo relevaron del cargo de Presidente del Partido Dominicano y lo nombraron diputado. Pero en agosto le retiraron el cargo de diputado, lo dejaron en el limbo, sin pito y sin flauta.

(Historia criminal del trujillato [77])

Nota: En la entrega anterior de esta serie apareció una información errada sobre la formación profesional de Henry Gazón Bona, del cual se dijo “que al parecer era autodidacta”, un “arquitecto práctico”. Por el contrario, Henry Gazón Bona había estudiado en Francia y tenía una sólida formación. Gazón Bona fue el diseñador de los locales del Partido Dominicano, del Monumento a la Paz de Trujillo en Santiago, del Matadero Industrial de Ciudad Trujillo, del Mercado Modelo de la Avenida Mella, de la Casa Vapor, que fue su residencia en Gascue….

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
El “cuchipaineo” de Hipólito y Danilo, las obras públicas y la JCE
https://prensalibrenagua.blogspot.com/2016/10/el-cuchipaineo-de-hipolito-y-danilo-las.html

José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
(http://www.memoria-antifranquista.com/wp-content/uploads/2014/10/JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-EL-CARIBE.pdf).
El libro de Don Cucho Álvarez
(https://hoy.com.do/el-libro-de-don-cucho-alvarez/)

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Arquitecto Bienvenido Pantaleón Hernández.
LA CASA QUE TRUJILLO NUNCA HABITO….
Virgilio Álvarez Pina
La Era de Trujillo, narraciones de Don Cucho”.

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