El Palacio Consistorial de Santiago es uno de esos edificios que tienen ojos y memoria; que estuvieron siempre ahí como testigo del tiempo. Mi padre, Josecito Mercader, sabía de tiempo, por eso era el que arreglaba el reloj de la Fortaleza San Luis y por eso se casó con mi madre teniendo 70 años.La palabra Consistorial viene del latín consistorium que significa “espacio de reunión” asignada a las sedes municipales. Pero los ojos del Palacio, que no son azules ni de terciopelo, registraron toda la historia de Santiago desde el mismo instante en que se oyó el silbido del tren en el andén de la Estación Marte.
Faltaba la sede del Ayuntamiento local, aunque ya la Gobernación existía a pocos pasos para ordenar la ciudad y el revolcadero de burros de en frente, conocido como Plaza de Armas y luego Parque Central.
El presidente Ulises Heureaux le dio el visto bueno al proyecto que había sido recomendado por el general Pedro Pepín luego de su presentación por los regidores Tomás Pastoriza y Leopoldo Malagón. Se acordó pagarle dos mil pesos al ingeniero belga Luis Bogaert para cubrir la elaboración de los planos y la supervisión de la obra hasta el final. Se gastó para su construcción la suma de RD$54,651 con 58 cheles.
En esa época había unas barquitas por el lado del puente viejo que se dedicaban a sacar arena del fondo. Don Mariano Martínez, un puertorriqueño residente por los samanes de la avenida 30 de marzo, hoy Hermanas Mirabal, había intentado venderles su invento, luego de fracasar en la búsqueda de oro por Jánico y Baitoa. Su casco de buzo se llenaba de agua y casi todos que lo usaron terminaron en la orilla vomitando.
Los areneros eran expertos en bajar hasta el fondo y subir con una lata o una pala llena de arena cuando el Yaque tapaba a “tres hombres paraos”. De esa arena se sirvió “Mesié Bogai” para construir en 28 meses el Palacio del Ayuntamiento.
Aquel 16 de agosto de 1897 el síndico José María Benedicto junto al presidente de la República inauguraban las modernas instalaciones del Gobierno Municipal, lo que duraría hasta 1969 cuando fueron trasladadas al actual edificio frente al Colegio Evangélico.
El pacto de Lilís
Lilís aprovechó ese día para dejar inaugurada la Estación Marte del Ferrocarril Central y el Cementerio Cosmopolita, donde se enterraban los muertos y hasta los vivos… los más vivos.
Cuentan las malas lenguas una leyenda de Lilís, a quien no le entraban balas, que se escapó del féretro y se refugió en el Palacio. El pacto de Lilís con Mefisto contemplaba una salida que le sirviera de escondite. Esa salida era el espejo que aún se conserva en el Palacio y por donde cada noche sale el expresidente a coger fresco en el balcón o a pasearse hasta la Catedral. El día que destruyan el espejo, le caerá la maldición al Palacio y se desmoronará poco a poco hasta desaparecer. Los ojos del Palacio vieron a Julito “el cacú” limpiarles los zapatos a los policías y comandantes de turno cuando el cuartel estaba en la Gobernación y los presos de las perreras les enlodaban las botas, y los muertos arbitrariamente se las ensangrentaban; o a los borrachos del Club Santiago cuando estaba al lado del Antilla; o a Francisfor filosofando con voz de ultratumba … Francisfooool ta muerto pero ta vivooooo… como si fuera un anuncio de litargirio; o a los músicos que llegaban temprano a la retreta porque “con los zapatos sucios no se entona ningún danzón”; o a los jovencitos que esperaban a las muchachitas de pechitos nuevos porque nadie les iba a hacer caso con los zapatos enlodados. Julito detestaba al predicador que lleva más de un siglo gritando aleluyas, muy bien vestido de blanco, como sacado de una película de Sergio Leone, con la Biblia en bandolera, pero descalzo. Ya el Palacio conoce de memoria las prédicas del predicador, de todos los pares de animales que entraron en el Arca, menos los dinosaurios y el comején.
El paso del tiempo
El Palacio fue testigo de todos los muchachos que “se la curaban” para ir a la curvita del remolino en Bella Vista, unos cien metros más arriba del Balneario de Pastor. Desde sus inicios el Palacio Consistorial alojó un museo con piezas indígenas, obra de Don Amado Franco Bidó quien, con la ayuda de Narciso Alberti, logró hacer una importante colección. Más luego estas fueron trasladadas a Santo Domingo para dejar inaugurado el Museo Nacional en la época del presidente Horacio Vásquez, tal y como lo expone Andrés Acevedo en su libro sobre cultura santiaguesa.
En 1979 se instaló de nuevo otro museo, esta vez a cargo del profesor de Historia de la UCMM Carlos Dobal, un cubano exiliado que decía tener sangre azul.
En el gobierno de Hipólito, el Palacio Consistorial fue sede de la Casa de la Cultura, pero Leonel en el 2008 lo reinauguró como sede regional del Ministerio de Cultura.
Frente al Palacio está el Parque Duarte con su glorieta simbólica. A la izquierda, en la esquina donde estuvo el local del PRD, estaba la residencia de la recordada educadora Rosa Smester y al frente (Sol con 30 de Marzo), donde estaba el Banco Scotia, estuvo la Iglesia Nuestra Señora del Carmen. No se puede olvidar el olor a pan de la Sarnelly, en la misma esquina, diagonal con el Parque.
El Palacio Consistorial no es muy grande, pero es majestuoso en su estilo corintio y toscano. En el primer nivel hay un espacio-galería que se prolonga a la derecha en un excelente salón de exposiciones. Esta galería fue dividida en una gestión anterior para ubicar la colección de caretas premiadas que cada año enriquecen el patrimonio folklórico de Santiago. En realidad, esa colección debiera estar en el Museo de Tomás Morel, una vez sea remodelado o reubicado. Claro que lo ideal sería en el lugar actual, pero bien podría ser en el edificio “Acción Callejera” (antiguo Club Santiago) o al lado del cementerio, en el local del Partido Reformista, quienes ganarían la gloria con tal donación y le repararían a Santiago parte del daño causado durante los crueles 12 años del “Dotol”.
Recorrido por sus espacios y salones
La primera sala, en el nivel bajo, lleva el nombre del reconocido artista Don Federico Izquierdo y en el segundo nivel, del fotógrafo Natalio Puras, Apeco. Desde el balcón se contempla a la izquierda la serenidad de la cordillera Septentrional y, a la derecha, la Iglesia Mayor con el Yaque de fondo.
En el espacio del ala derecha, al fondo, había una construcción que alojaba al Cuerpo de Bomberos y luego a los Boy Scouts de Bojos. Hoy se localiza la fuente de la Plaza Eugenio Perdomo, el poeta mártir de la Restauración.
Actualmente, a menos de un año, las nuevas autoridades pretenden otorgarle a Cultura el brillo y energía necesarios para trabajar en un Santiago que se desvanece entre el deterioro de sus más hermosas casas y la avalancha despiadada de un comercio desordenado que amenaza arrabalizarlo todo.
Máximo Vega, joven intelectual de una familia reconocida por su apego a la cultura, cuenta con un buen equipo, ojalá cuente con un presupuesto adecuado para los numerosos proyectos.
Detrás del Palacio Consistorial existe el Centro de la Cultura “Ercilia Pepín” del que hablaremos en otra
entrega.
Museos
En 1979 se instaló de nuevo otro museo, esta vez a cargo del profesor de Historia de la UCMM Carlos Dobal, un cubano exiliado”
Cambio
En el gobierno de Hipólito, fue sede de la Casa de la Cultura, pero Leonel, en el 2008 lo reinauguró como sede regional del Ministerio de Cultura”
Tema
La primera sala, en el nivel bajo, lleva el nombre del reconocido artista Don Federico Izquierdo y en el segundo nivel, del fotógrafo Natalio Puras”