No es un plagio, ni discreta imitación. Tampoco pretendo ser original. Reconozco y respeto el derecho de autor. Me circunscribiré a como la Real Academia Española define la palabra “marca”: “Señal que se hace o se pone en alguien o algo, para distinguirlos, o para denotar calidad o pertenencia”.
Me encanta el verbo “marcar”, reconociendo que ha elevado su importancia en los últimos días. Pero, en ese orden, aclaro que no me referiré a la “marca país”, tema de actualidad, harto tratado desde mil vertientes, donde se mezclan las buenas intenciones con, quizás, el lucro, la rapidez y el talento no debidamente estirado.

Tú y yo, en mayor o menor medida, hemos marcado personas o hemos sido marcados por ellas. A veces ocurre de manera inconsciente, al azar, de forma espontánea o calculada. Somos una suma de marcas en nuestro espíritu, mente y cuerpo. Ellas nos forman o deforman. Y no siempre las notamos, hay marcas imperceptibles que determinan nuestro futuro y tal vez nunca nos enteramos de su existencia.

Las marcas inician desde que nacemos, en nuestras familias, la escuela, los amigos, el barrio, rincones cotidianos y espacios extraños. Por igual, nuestras actuaciones marcan a otros, para bien o para mal, depende en gran de medida de nosotros. Una mirada mal interpretada, una sonrisa sincera, un saludo efusivo, una palabra de aliento, una expresión fuera de lugar, un reconocimiento sencillo a lo que hacemos, un abrazo sentido, la doncella que en la fiesta se negó a bailar con nosotros, el preguntar o contestar sin antes razonar… Todo eso puede marcar, hasta eternamente.

En estos tiempos de incertidumbre, siempre adecuándonos a los protocolos de salud, dentro de nuestras posibilidades, marquemos a quien lo requiera, a quien le falte el pan, a quien tenga el alma sangrante y la esperanza marchita. Demos una pequeña ayuda, ofrezcamos frases de solidaridad o gestos de amor, que para el prójimo que lo necesita ese detalle puede ser la diferencia entre la paz y el espanto, o, en el más trascendente de los casos, entre la vida y la muerte.

También dejémonos marcar, pero para ser mejores ciudadanos, para ser más útiles a los demás, para comportarnos como Dios manda en nuestro entorno, nuestros hogares, donde laboramos. En definitiva, para lograr que nos marquen correctamente, evitemos a los pesimistas, a los promotores de odio, a los intolerantes, a los envidiosos, a los egoístas del triunfo ajeno, a los que no saben amar, a los que no valoran la naturaleza, a los que no saben servirle a los demás. ¡Caramba, marquemos y dejémonos marcar, siempre para el bien, que así ganamos todos, incluyendo la sociedad!

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