Atrás quedaron las interminables llamadas telefónicas hasta altas horas de la noche, las cartas rebosantes de promesas y los mensajes fogosos enviados con amigos cómplices. Ya es historia tratar de coincidir en los lugares frecuentados por el objeto de nuestros desvelos o esperar desesperados la próxima fiesta para tener la oportunidad de bailar un merengue romántico de moda. El encanto de saberse correspondido, el sonrojo de una mirada enamorada, la candidez de tomarse la mano por primera vez o la emoción de guardarlo en secreto hasta que se estuviera seguro, era todo un proceso que, entre ensoñación y desengaño, podría durar años de fiebres y angustias -a partes iguales- por amores correspondidos o no. Ahora, el romance surge a través de la pantalla, al alcance de un click, en un “me gusta” de Instagram o en un “te escribo en privado”, previa identificación y seguimiento por imágenes de Facebook donde se luce espectacular, gracias a la magia del fotoshop.

La banalidad de las relaciones por los medios digitales es tal, que se inician y terminan con la misma facilidad con un escueto mensaje de Whatsapp, que resulta tan impersonal como efectivo porque, incluso, otros pueden ayudar a redactarlo y revisarlo previamente, sin que se tenga que mirar a la cara ni se interpongan las emociones (si es que existen). Esas palabras escritas rápidamente en abreviatura acompañadas de emojies devienen en muy prácticas, sobre todo, porque pueden enviarse en lo que se ve el programa favorito o se espera el cambio de luz de un semáforo; mientras tanto, se archiva al novio-a en la gaveta del olvido y se borra su recuerdo con un “delete”.

Emparejamientos superficiales, secos y volátiles como arena en el desierto y con una asombrosa capacidad de resiliencia para adaptarse con bríos renovados a la siguiente pareja que, de repente, se convierte en el nuevo (y “único”) amor de su vida como, en efecto, se publica (de lo contrario, es como si no existiera). Luego, se reciclan parejas entre el mismo grupo, sin que esto provoque celos o pasiones desbordadas porque no se sabe a quién le tocará el siguiente. Como no hay grandes sufrimientos, las heridas (que no pasan de ser simples magulladuras) no tardan en sanar, la recuperación es rápida, los sentimientos son tenues y en todo caso, siempre se podrá navegar en la virtualidad como consuelo, entre seguidores y “haters” que ocuparán la atención para mostrar que no se está afectado. Ese es el amor en tiempos de redes, intangible, artificial, invisible, que se evapora como el alcohol y desaparece en la nube, sin un backup que salga al rescate para preservarlo.

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