Transparencia Internacional nos ha vuelto a recordar que somos un país donde la corrupción es un mal endémico en República Dominicana, lo que queda reflejado en su más reciente estudio divulgado por diversos medios de comunicación, nacionales e internacionales. Esa organización ha dicho en su informe que nuestro país ocupa el segundo lugar en Latinoamérica, dentro de las naciones donde se paga más sobornos en servicios públicos básicos. Realmente alarmante y altamente preocupante.

Sin embargo, hasta de lo adverso o negativo se aprende. Y decir esto tras la publicación de estos datos escandalosos, y que atentan contra la buena imagen del Estado dominicano, parecería incluso risible.

Pero en verdad este estudio debe servir para recapacitar en torno a una realidad que todos conocemos y que, por diferentes motivos, preferimos hacernos de la vista gorda. No es posible que existan sobornos si no hay quien soborne. Es decir, una cosa está intrínsecamente ligada a la otra, y que esto cambie depende de lograr deshacer esta mancuerna, que igual se expresa en otros males que tanto daño hacen al correcto funcionamiento de las instituciones estatales.

Pero, ¿qué hacemos como ciudadanos para acabar con ese estado de cosas? ¿Qué rol debe jugar una ciudadanía responsable para ser algo más que críticos permanentes del desorden imperante?
Con el tiempo, los dominicanos nos hemos ido acostumbrando a que sea el propio Estado quien resuelva nuestros problemas, acudiendo para esos fines al Gobierno como su máximo y genuino representante. Siempre que existe una situación deshonrosa que atañe al funcionamiento de las entidades públicas, la reacción inmediata y casi automática es señalar o identificar culpables, y luego cuestionar a quienes se entiende tienen autoridad para poner correctivos y aplicar sanciones.

¿Y nosotros, qué? Esos corruptos de quienes con sobrada razón pedimos a diario sus cabezas son dominicanos nacidos y criados aquí, en esta media isla. No son seres de otras galaxias, y por tanto fueron formados en una sociedad que también debe revisar su comportamiento del mismo modo reprochable.

Repensar nuestro papel como entes sociales comprometidos con los cambios que aspiramos, debe ser el primer paso para revertir las conductas y actuaciones intolerables. Que el mundo nos mire como corruptos, es inquietante y perturbador. Pero peor aún es sentarnos de brazos cruzados a esperar otros informes que nos digan lo que muy bien sabemos.

Si iniciamos ese cambio de actitud ciudadana, entonces se reducen las posibilidades de recibir otra estocada mortal a nuestra dignidad como pueblo.

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