Estamos en presencia de un gobierno que se debate entre la mentira y el delirio. La mentira no es una enfermedad sino una forma compleja de la conducta humana. Lo preocupante es cuando se hace recurrente, y es más preocupante aún, cuando la mentira forma parte de la narrativa oficial. Cuando el gobierno tergiversa la realidad, tiene el propósito de engañar al pueblo con la intención de generar emociones para producir simpatías a su favor.

En política, la mentira no se limita a la intencionalidad del mensaje proferido o al autoengaño, sino que se asocia a la manipulación de la realidad con la intención de que sus dichos produzcan “efectos de verdad”.

La mentira no depende solamente del actor político que miente, sino también de las audiencias, que deben ser críticas con la información que reciben para que puedan reconocer la diferencia entre lo que es cierto y la intención de crear una nueva verdad: la post-verdad. Para que no las engañen.

Este gobierno no solamente ha desarrollado aptitudes para mentir de forma recurrente, sino que también se las han arreglado para que lo falso aparezca como cierto, o para que la mentira se convierta en posverdad.

El delirio, por su parte, es un estado mental que causa confusión, desorientación e impide pensar o recordar con claridad. Suele comenzar de repente. A menudo es temporal y tratable, pero se vuelve inmanejable cuando se asume como parte de la estrategia de un gobierno para mantenerse en el poder.

Este estado podría asociarse al hecho de que los gobernantes perdieron el contacto con la realidad, o porque decidieron escuchar solamente a un pequeño grupo de aduladores y aplaudidores. En opinión del expolítico británico y neurólogo David Owen, la culpa es del “síndrome Hubris”, un trastorno común entre los gobernantes a los que “el poder los hace perder el piso”.

Según Owen, este problema no está caracterizado como tal por la medicina, pero sus síntomas son fácilmente reconocibles. Una exagerada confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad. “Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son las correctas”.

Cualquier parecido con la realidad es solo coincidencia. En 2016, en un acto en la calle 6 de Cienfuegos de la provincia de Santiago, en donde el entonces candidato Abinader entregó una vivienda afirmó que, en caso de llegar al gobierno construiría “casi 1 millón de viviendas”. Señaló: “No se necesita mucho, solo la voluntad y el deseo”.

A la vuelta de los años la terca realidad puso la problemática de la vivienda en su sitio. Alexis Álvarez en un reportaje publicado el 27 de febrero de 2023, en el periódico “El Dinero”, denunciaba que el gobierno de las mentiras había construido a esa fecha solo 3,225 viviendas y proyectaba llegar a 5,500 para 2024. ¡Cuán lejos del millón prometido!

Otro episodio de delirio gubernamental se escenificó el 2 de junio de 2020 ante la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD), cuando el candidato del PRM afirmó: “El apoyo del Gobierno a la industria y a los sectores productivos del país será un factor clave para alcanzar la meta de crear 600 mil empleos formales en los próximos cuatro años”, para repetir, el 18 de agosto de 2021, desde la presidencia, y ensimismado en sus sueños: “…trabajamos para recuperar y crear un millón de empleos en los próximos años. Al mes de julio hemos recuperado 714,551 de los empleos pre-pandemia”.

El delirio en que vive este gobierno que confunde la realidad con la vida de los ricos, le jugó una mala pasada. El presidente no se percató de que durante la pandemia se perdieron alrededor de 470 mil empleos, por lo que era imposible que los actos de su administración impulsaran la recuperación de más de 700 mil puestos de trabajo.

El tono grandilocuente utilizado usualmente para dirigirse a sus interlocutores se desdibujó el 26 de junio de 2023, cuando en el programa “Esta Noche Mariasela”, el presidente dijo que no es “Dios”, para resolver los problemas del desempleo y del empleo informal en solo tres años, aunque aseguró que el país ha ido avanzado y se ha ido disminuyendo la cantidad de personas que no trabajan. Lamentablemente, la sensatez que mostraba quedó opacada por el desconocimiento de la realidad en materia laboral, pues el empleo no se ha recuperado. Las cifras oficiales del BCRD indican que, al cierre de septiembre del 2023, la tasa de ocupación (60.7%) se ubicó por debajo de la reportada en el 4º trimestre de 2019 (61.5% antes de la pandemia).

Ya basta de burbujas y delirios. Necesitamos volver a la realidad.

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