No es la primera vez que un expresidente, post dictadura trujillista (1930-1961), vive el asedio, la maledicencia pública o, incluso, la cárcel -Salvador Blanco Jorge (1987).
Joaquín Balaguer y Antonio Guzmán, estuvieron ante el escarnio, o al menos, bajo insinuación-amenaza -solapada o abierta- por disímiles razones (políticas o de Estado); solo que el primero, guardó, cual Fouché, demasiado legajos de sus adversarios y el árbol genealógico del origen de las riquezas de sus antepasados; y el segundo, ante la insinuación, según trascendió, así fuera contra su entorno, decidió a su manera…. Sin embargo, el caso del expresidente dista mucho de sus pares: es un político fraguado en las adversidades, dueño de una hazaña sin precedentes -el presidente más votado (casi un 62%, 2016)-; y tiene en su haber la gestión que más énfasis programático puso, post transición democrática, en la deuda histórica social acumulada.

Quizás, en el fondo, esa impronta, que le cambió el rostro a miles de ciudadanos, sus adversarios no se lo querrán perdonar como tampoco a su partido que acaba de salir del poder -sin chistar ni desconocimiento alguno-. Contrario, ni en 2012 ni en el 2016, la oposición, derrotada, no le reconoció sus triunfos avalados por observadores nacionales y extranjeros.

La obra de gobierno de Danilo Medina y el PLD -2012-2016 y 2016-2020-, está ahí en los anales de nuestra historia y el registro-monitoreo de organismos internacionales: el país avanzó, en todos los ámbitos, como nunca. Incluso, la prueba más fehaciente es como creció el producto interno bruto (PIB) y el presupuesto nacional desde 1996; y encima, bajo un clima de estabilidad sociopolítica, de inversión extranjera, estabilidad macroeconómica, crecimiento económico sostenido -liderando la región-, gobernabilidad democrática e implementación de políticas públicas de inclusión social y atención especial a la producción agrícola y agroindustrial….

De modo que podrán tratar de acorralarlo, humillarlo o, incluso, probar con enjuiciarlo; pero jamás borrar su impronta de gobierno, pulverizar al PLD o, hacer de él un expresidente sin gravitación e influencia (obviando que es el presidente del partido opositor mayoritario). ¡Eso jamás! Tampoco podrán imponer la mentira-percepción de que corrupción pública-privada es obra y gracia de los gobiernos del PLD, cuando todos vemos que a un escándalo de corrupción actual le sigue dos o tres expedientes o encauzamientos de la pasada administración -que habrá que demostrar en juicio oral y contradictorio-. Tal vez esté equivocado, pero no creo que esa ruta -mediática-judicial- pueda dejar una impronta, duradera e institucional, en la lucha contra la corrupción pública-privada. ¡Piénsenlo!

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