En la educación primaria era relativamente fácil entender aquello de que “dividir distancia entre tiempo daba como resultado velocidad”.

Incluso, aquella explicación de que “el sonido, en condiciones normales, se propaga a 340 metros por segundo” resultaba comprensible cuando veíamos a un leñador golpear a la madera con su hacha, y escuchábamos el sonido después.

El tema comenzaba a ponerse difícil cuando se nos hablaba sobre la velocidad de la luz. Esa dificultad ha crecido con el aceleramiento de la vida moderna. Se trata de una velocidad que imposibilita hacer foco en lo esencial. Por eso se ha vuelto imperativo que nos especialicemos para actuar con el mejor sentido de orientación posible. Es imperativo si de verdad queremos avance sostenido y con clara orientación a mejorar la convivencia.

Algo debe estar claro: por mucho que se logre avanzar en solitario, el propio tiempo, cuando nos alcanza, hace entender que sólo cuando se comparte valor nos encaminamos a la sostenibilidad.

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