“Es mejor deber dinero que favores”, eso decían con gran acierto los viejos y no les faltaba verdad porque el agradecimiento es una deuda eterna que no puede cubrirse con unas cuantas monedas ni se extingue con un pago en metálico. Es un monto de saldo indefinido que se mantiene vigente y que cierne sobre la cabeza del beneficiario sin plazo de prescripción y sin posibilidad de que el derecho caduque, debido a que el tiempo no hace más que generar intereses a ese débito intangible pendiente, acrecentado por la conciencia de que alguien hizo algo por ti que resulta invaluable en efectivo.

Esa mano amiga que se extiende cuando más se necesita, en el momento justo y la ocasión adecuada se graba (o así debería ser) en la existencia del receptor de la colaboración, como marca impresa en fuego, sin la posibilidad de una devolución pecuniaria en equivalente. Aunque se espere la oportunidad para retribuirlo con reciprocidad, posiblemente esta eventualidad nunca ocurra o no esté a la altura de la ayuda de que originalmente se gozó y se quisiera compensar, por lo que siempre es de sabios guardar en el cofre de la gratitud el amparo recibido.

Una frase o una determinada acción hace la diferencia para saber que no se está solo y que, aun en la desgracia, se encuentran personas a las que les basta estar ahí para cuando las necesites, disponibles para poner sus capacidades y facilidades a tu alcance, o talvez, solo para prestar su hombro, con el solo fin de ofrecer asistencia en ese momento aciago, sin pasar factura luego porque, de todos modos, esa contribución es impagable.

Aun sin hablar ni con discursos grandilocuentes ese buen samaritano te hace sentir su compañía, con el apoyo y la discreta generosidad de quien acude cuando se le necesita para engrandecer su valor y disminuir a quienes solo observan y se alimentan de la maledicencia, bajo un manto de pena que solo oculta envidia y mediocridad.

Dicen que los cónyuges se conocen en los divorcios, los hermanos en la herencia y a los amigos en la enfermedad o la cárcel. Lástima que algunos luego ignoren lo recibido y olviden el auxilio en esos momentos álgidos -como las olas cuando a su paso borran las huellas en la arena- porque el agradecimiento es, sin duda, la memoria del alma y como deuda impaga que nunca logra satisfacerse, por lo menos debiera ser reconocida, entre las cuentas incobrables de los recuerdos del corazón.

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