La diplomacia de cumbres es uno de los espacios más importantes de que dispone el sistema internacional. Es un momento privilegiado que permite tratar asuntos bilaterales con muchos países y de manera eficiente, si no existiera habría que inventarla, pues en un mundo tan complejo y de ritmo vertiginoso como el que vivimos son necesarias las relaciones entre los Estados. La Semana de Alto Nivel en la celebración de los 78 Períodos de Sesiones de la ONU es un ejemplo claro.

No cabe duda de que llena una necesidad concreta. Los temas que afectan a los países por igual, requieren la atención colectiva de los Estados y en el encuentro entre los presidentes permite el diálogo directo y fluido para la coordinación de políticas y de acciones de cooperación.

Más allá del protocolo, las cumbres facilitan la definición de una agenda con temas actuales como los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles en pro de la paz, la prosperidad y el progreso.

Por ejemplo la conformación de grupos de países para el tratamiento de temas económicos y financieros como el G-7, el G-8, o el G-20. Son ejemplos que definen la acción colectiva al más alto nivel, como un ejercicio eficaz para el abordaje de los temas. Latinoamérica no se queda atrás y es la región que más utiliza la diplomacia de cumbres como instrumento de relación consigo misma y con el resto del mundo.

Los países de América Latina y el Caribe han logrado, al menos a partir de 1970, desarrollar una rica experiencia en materia de cumbres regionales, para definir mecanismos de cooperación vinculados a los diversos esquemas de integración.

Si revisamos los planes de acción de las cumbres se encuentran temas de tratamientos novedosos y actuales, como el género, la infancia, juventud, comercio, inversión, estabilidad financiera, las bases para el desarrollo sostenible, manejo de desastres, sociedad civil y otros.

Ahora bien, cuáles serían las debilidades de las cumbres, después de los grandes gastos en que se incurren, sería la importancia del tema de seguimiento. Es ahí donde cada país debe emprender y revisar en forma individual los programas nacionales para la información respectiva del cumplimiento de los planes de acción.

Pues ellas constituyen una expresión del creciente multilateralismo que caracterizó los finales del siglo XX. Según Francisco Rojas (político chileno), “las Cumbres son escenarios privilegiados, y fundamentales para lograr acuerdos que faciliten y desarrollen un marco de cooperación internacional”. Y para Patricia Espinosa (diplomática mexicana): “Existen razones que explican la valiosa existencia de estas reuniones, pues ellas permiten hacer frentes de forma conjunta a las problemáticas globales utilizando un diálogo político directo”.

Para terminar, históricamente las cumbres han fomentado un enfoque global de colaboración que ha llevado a una acción conjunta y donde más logros se ha obtenido al menos en el área latinoamericana y caribeña, ha sido en el resguardo del sistema democrático, y en la promoción y la defensa de los derechos humanos de toda la población.

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