Se debe estar enfermo de literatura para que, teniendo un padre político de importancia en un régimen totalitario, rechaces el formalismo de una carrera universitaria y de una segura vida en el tren gubernamental, por “…otras cosas mejores”, debido a que no podía “hacerse licenciado mi corazón desnudo”. En esta, en su momento famosa “Carta a su Padre”, Manuel del Cabral rechaza la solicitud paterna de hacerse abogado y se decide por la poesía, devolviendo la concepción paterna recibida con flores y arte.

El padre de Manuel era un hábil político dominicano, llamado Mario Fermín Cabral y Báez, sobre el cual el poeta hace el siguiente retrato: “Mario Fermín Cabral es de oportuna estatura: alto, delgado, rostro fino, de sobrio y discreto trato, abstemio y sutil, mucho de Buda y Voltaire, un poco Quijote y Pitágoras, y un airecito de juguetón e inofensivo Maquiavelo. Casi siempre prestidigitador (…de) inquietante, sagaz y gran inteligencia, por su muy especial y penetrante conocimiento piscológico, por su inefable tacto político, considerósele en su tiempo un político único en mi tierra”.

Pero el padre, a pesar de tan definido carácter político y por suerte para la literatura, no pudo convencerlo de “licenciarse”. El carácter de Manuel no era el de la fortaleza de la academia, sino el de la amplitud de la libertad. Y se hizo poeta, iconoclasta, por demás, de una escritura como “repentista” la mayoría de las veces, pero transparente siempre, que obtuvo con el tiempo el reconocimiento de varios de los más destacados escritores de su tiempo.

Don Mario Fermín, que nació en Baní en el año de 1877, era nieto de Buenaventura Báez, quien fuera 5 veces presidente de la República, y fue un leal colaborador de Rafael Leónidas Trujillo desde el año de 1930. Manuel, en cambio, nació en Santiago de los Caballeros el 7 de marzo de 1907, en su juventud fue linotipista, librero y luego, en los Estados Unidos, fue limpiador de ventanas donde, sin esperarlo, recibe la noticia de un nombramiento diplomático que abarcó varias décadas.

Don Mario, de su lado, llegó a ser tres veces presidente del Senado de la República, representando a Santiago de los Caballeros, y fue el redactor del proyecto de ley que en 1935 rebautizó a la capital dominicana, como Ciudad de Trujillo en honor al dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina. El dictador, como hacen todos los gobernantes absolutistas desde Augusto hasta acá, rechazó la propuesta, pero esta “se impuso”. Don Manuel, de su lado, quizás sea el poeta dominicano más conocido en el extranjero, con un registro poético que abarca lo político-social, lo amoroso, lo metafísico y la poesía negroide, con obras de obligada referencia como “Compadre Mon” o “Los huéspedes secretos”.

Don Mario murió en Santo Domingo de Guzmán el 14 de noviembre de 1961, a los 83 años de edad; don Manuel, de su lado, murió en 1999, un 14 de mayo, a los 92 años. El padre tuvo una fructífera carrera política, el hijo una gloriosa carrera literaria.

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