De las cajas a las tarjetas
De las cajas a las tarjetas

Se debate en estos días qué resulta más digno para una persona pobre; si le regalan por Navidad una tarjeta con un valor de RD$1,500 como hace este gobierno, o la tradicional caja que era la práctica anterior.

La discusión, que involucra a congresistas de distintos partidos, comienza con el anuncio del presidente Abinader de dos millones de tarjetas con un monto de RD$3 mil millones, y su defensa de esa modalidad porque considera que no es indignante, en comparación con el supuesto desorden que provocaba el reparto de cajas.

La opinión del Gobierno es que la distribución de tarjetas es una manera novedosa de actuar con generosidad y justicia para que todos puedan celebrar las fiestas con alegría.

Pero la discusión de que sea más o menos indignante la tarjeta que la caja, quizá desvíe la atención de lo esencial, y es que una y otra modalidad siguen siendo asistencialismo.

Que se entregue alimento para una noche o se regale un juguete a los niños por un día, no pasa de ser un gesto tradicional que no contribuye a disminuir de forma contundente la pobreza absoluta en nuestro país.

También tienen de negativo ambos métodos que no involucran a la gente ni a sus comunidades, que las suplantan en cuestiones que les atañen, que no humanizan ni son un buen ejemplo de empoderamiento.
De las dos modalidades de reparto se puede decir que rayan en el populismo, que reeditan la cultura de la dádiva de una política clientelar y que acostumbran a los pobres al “dao”.

Tanto tarjetas como cajas tienen sus pro y sus contra, pues con las cajas, pese a su “indignidad”, la economía se “derramaba” en apoyo a pequeñas y medianas empresas, a productores y suplidores nacionales, que comenzaba con el material de empaque, plásticos y cajas de cartón y se sumaba la subestimada uva de Neyba para el vino y mermelada y el inigualable casabe de Monción.

El lado flaco de las tarjetas ha sido la denuncia de que las capitaliza el entorno político gubernamental para beneficio de sus adláteres y el fraude multimillonario en perjuicio de casi 100 mil posibles beneficiarios.

Lo deplorable y penoso de la tarjeta y de la caja es que se politice una entrega que no debiera valorarse sino como un esfuerzo complementario a los programas sociales que ejecutan los gobiernos para beneficio de los sectores vulnerables.

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