Podría argüirse más de un motivo para entender que una mayoría de iniciativas legislativas provoca más ruidos en el Senado y los proyectos transitan un camino más pedregoso que en la Cámara de Diputados, lo que debiera ser al revés porque en la Cámara Alta hay una clara mayoría partidista.

Un ejemplo, que por reciente no necesita detalles, es la Ley de Extinción de Dominio, que en el Senado desató los infiernos, un torbellino que llevó a pensar que la sangre llegaría al río, con honorables literalmente sudorosos y enronquecidos, pero al caer en manos de los diputados fue agua mansa y desapareció, como por arte de magia o por amarres bien llevados, el temido desacuerdo.

Habría otras muestras, como esta semana con la Ley Electoral, de la que se llegó a pensar que habría un “palo acechao”, pero fue a comisión; como la del fideicomiso, que ni siquiera entró en agenda. En ambos casos se escuchó el clamor externo, que incluyó a entes muy representativos.

No significa esto que en otra oportunidad suceda lo contrario; pero no hubo imposición y sí un manejo delicado y el ánimo de no navegar contra corriente. Hasta sucede con más frecuencia en la Cámara de Diputados que en el Senado, que se barajan pleitos (o se posponen votaciones), cuando no están predeterminadas las consecuencias del desenlace o si las heridas a causar podrían ser profundas, lo que se asume como una virtud del general, del líder, que no lleva sus tropas a la guerra si la sabe perdida o se estima pírrica o difícil la victoria.

Si el año terminará sin que los diputados le hayan “puesto de sombrero” la ley electoral y el fideicomiso a la oposición y a los sectores nacionales que han hecho objeciones, hay que atribuirlo a habilidades, ¿o sagacidades?, y por cómo Alfredo Pacheco ha sabido acumular experiencias, tantas que cuando de “tigueraje” se trata, sabe cómo actuar.

No está demás la disquisición y el reconocimiento, no tanto para reivindicar determinadas cualidades de una figura pública, sino porque si de por medio está el interés general, hay que aplaudir a quienes desde el Congreso puedan poner distancia, aunque sea de manera coyuntural, del “virus” que afecta a nuestros legisladores y que los especializa en “mamonear” proyectos y posponer leyes, para después aprobarlas “a la brava”, en atención a intereses partidistas, privados o personales.

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