“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se le olvidó agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”. (Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: 9).
Para esta tesis circular los hechos se repiten con otros personajes, pero de menor calidad.

Así, el proceso penal dominicano ha pasado de ser una tragedia donde no se respetaban los derechos de nadie (víctimas e imputados), a convertirse en una farsa en la cual estas garantías se “respetan”, pero sólo en el papel.

El “viejo proceso penal” tenía características que lo hacen repulsivo hasta para muchos conservadores de hoy. Había confusión de roles –jueces con funciones de investigación y jurisdicción-, una parte del “proceso” era secreta y se le daba mayor importancia al expediente –legajo de documentos- que a las “partes” envueltas en el litigio.

También, las “partes” que “clamaban justicia” tampoco tenían igualdad de armas o condiciones. Además, una enorme cantidad de incidentes hacían el proceso tan largo y tedioso que la “justicia” llegaba –in extremis- uno o dos lustros después de iniciado el mismo (y hasta después).

De su lado, el “nuevo proceso penal” contiene aspectos menos verticales y más democráticos: Un juez imparcial (Supuestamente); igualdad de armas, trato y condiciones entre las “partes”; una correcta recolección, incorporación y valoración de la prueba; y, un total respeto a los derechos, principios y garantías de las “partes”.

Más hoy ha caído sobre la justicia penal, “como un rayo en cielo sereno”, una nube cargada de oscurantismo y populismo penal que controla todo el sistema y lo hace quizás – y sin quizás- más conservador, retrasado y malo que “antes”.

Para muestra unos botones: La policía, mal pagada y peor preparada, no investiga o usa métodos prohibidos (tortura), además, cada policía –o la inmensa mayoría- piensa en dar “el palo de su vida” con un caso.

Los fiscales, de su lado, investigan menos –quizá no tienen los medios o el tiempo para ello-, y terminan presentando acusaciones por cualquier “quítame esta paja” que los policías le llevan, y ni preguntan ni se inmutan, convirtiéndose en “más policías que los policías”.

Los jueces, por su parte, han ido transformándose en “sellos de la fiscalía”, sin imparcialidad ni independencia, ya no juzgan:
condenan. Temerosos de los “poderes fácticos” y de las “estadísticas” de fin de año para fines de evaluación.

Y ni pensar en la “Suprema Corte de Justicia” donde la mayoría de los jueces están allí por “empuje” político y no por capacidad, trayectoria o ejercicio. Y luego mantienen un eterno agradecimiento al poder.

Y las defensas (tanto pública como privada) sólo forman parte del entramado, pero como accesorio, como actores de “tercera categoría”.

Lógicamente hay excepciones en el sistema. Más, de forma amplia, hemos pasado de una tragedia a una farsa que reproduce–agazapada-, las prácticas y realidades que pensábamos superadas.

Y no veo luz al final del túnel.

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