La traición es, quizás, el acto más execrable de la condición humana. Cuando un miembro rompe el pacto y entrega la causa, la puñalada duele más.
El que traiciona, a veces, lo hace por dinero, otras por ideas, por creer que traiciona para salvar. La historia y la literatura están llenas de traidores que han marcado el imaginario colectivo, convirtiéndose en arquetipos del mal y la deslealtad.
Judas Iscariote, es quizá el traidor más famoso de la humanidad. Sus hechos perturban porque era parte del círculo íntimo, había compartido la mesa y las enseñanzas del maestro. Su traición no fue solo política, fue personal, íntima. Pero Judas no es un simple villano, es el instrumento del destino, necesario para que se cumpliera la palabra. Al respecto, ¿podríamos decir que la traición de Judas fue un medio para el bien, salvando al mundo traicionando al inocente? Juan Bosch, en “Judas Iscariote, el calumniado”, plantea tesis interesantes, con el Nuevo Testamento de fondo.
Bruto, el personaje trágico representado genialmente por Shakespeare, nos presenta otro tipo de traidor: lo hace, según él, para salvar la República del autoritarismo. El hijo Hijo adoptivo de Julio César, participó en su asesinato el 15 de marzo del 44 a.C., Shakespeare inmortalizó el momento cuando César, al verlo entre los conjurados, exclama: “¿Tú también, Bruto, hijo mío?”. Pero Bruto apuñala a César “No porque lo amara menos, sino porque amaba más a Roma.” Es la traición política, que no nace del odio, sino del miedo a la tiranía, matando al padre que lo amaba.
José Fouché, el Duque de Otranto, llevó la traición a nivel de arte político, traicionando a todos: a la Revolución, a Robespierre, a Napoleón, al rey, y luego otra vez al emperador; pero sobrevivió. El retrato que de él hace Stefan Zweig, es genial. No hay dilemas, no hay partidos, solo la mayoría. Talleyrand dijo de él que era “la única persona que podía servir a todos los gobiernos porque no tenía principios”. Su traición era fría, calculada, inquietante.
Borges, en su cuento Tema del traidor y del héroe, nos presenta otro tipo de traición. En el cuento se produce una paradoja, Kilpatrick, investigando sobre su bisabuelo, considerado un héroe irlandés, descubre que en realidad fue un traidor y que sus compañeros de causa, con la participación de éste, organizan una muerte heroica que “no perjudicara a la patria” con el escándalo, convirtiéndolo en héroe para el pueblo. Es el traidor que, para redimirse, se convierte en mártir. Borges sugiere que traidor y héroe pueden ser la misma persona, y que las categorías morales pueden confundirse.
En nuestro tiempo, cuando la lealtad parece un valor en extinción y el oportunismo se disfraza de pragmatismo, estudiar a los grandes traidores de la historia no es ejercicio académico, sino necesidad práctica.
Sin embargo, siempre habrá virtuosos y leales. Como dice Balaguer en Memorias de un Cortesano de la era de Trujillo:” En cada político hay un Yago, pero hay también un Juan Isidro Pérez de la Paz, quien al ver a Duarte en peligro de muerte acude a él para decirle: “Sé que vas a morir y vengo a morir contigo”.
¡He dicho!