Muchas veces escojo un tema para escribir sobre él, pero a veces es el trabajo el que me lo impone. Hay temas que surgen en el corazón o en la mente del autor y los hay que son el zumo de muchas experiencias y reflexiones vividas. Este artículo me lo exige el tema y al mismo tiempo surge del corazón.
Corría la década de los años 80, estudiaba en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, donde Reinaldo era profesor de Derecho Civil I y II, no tuve el honor de ser su alumno, pero éramos partidario de las ideas del profesor Juan Bosch. Como joven profesional impartía sus clases con mucha seguridad, y hablando en voz alta, los estudiantes decíamos: ‘él no puede tener confianza con sus alumnos’, y de esa manera dejó un respeto y cariño entre todos.

Cuando terminé mis estudios de derecho y periodismo me fui a vivir a los Estados Unidos de Norteamérica en la ciudad de Nueva York. Al regresar al país en el año 2002, nos topamos de nuevo en una peña entre amigos y compañeros todos los sábados, de 11:00 a.m. a 3:00 de la tarde. Ahí conocí más a Reinaldo: al líder, al político y al ser humano. Un hombre alegre, humilde y solidario. Conocedor de la música, le gustaba bailar, los tragos, muy inteligente y exitoso en la política y en su profesión. Al platicar con él, uno sentía que estaba hablando con una persona modesta y sencilla, estando en el poder siguió siendo el mismo con los compañeros. Visitaban amigos y personas ese lugar para pedirle ayuda como presidente del Senado y secretario general histórico del PLD, y nos contaba sus anécdotas en la política y del profesor Juan Bosch.

En las asambleas decíamos que era nuestro gallito de pelea pues su discurso nos gustaba, era como la reserva política que tenía el partido para ser presidente del país, y el segundo líder y vocero. En los tiempos de la campaña de un senador ejemplar, al hacer su recorrido por los barrios populares después de saludar y escuchar a las personas más necesitadas, se sentaba en un colmado a compartir con su equipo, escuchaba las personas que se le acercaban para hablarle de las necesidades de sus barrios, la humildad de su forma de ser lo perfilaba como un político sensible. Pero el 29 de octubre siendo las 5:00 a.m, al encender mi computadora, y tomar mi celular, veo en las redes: “Falleció Reinaldo Pared”… ¡No lo creía! Esa noticia corrió rápido, llamé a varios amigos y me dijeron ‘hemos perdido a Reinaldo’. Desperté a mi esposa para darle la noticia y lo demás es historia y mucho dolor.

Y para terminar, recuerdo el libro “Paula”, de Isabel Allende, donde nos muestra cómo se puede sacar algo positivo: ser valiente y fuerte después de lo ocurrido. La separación definitiva no existe, sales del encuentro de la muerte y la conviertes en aliada de la vida.

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