Para ciudadanos comunes fijar posturas sobre quién es buen o mal funcionario es una labor cotidiana, pero subjetiva. La percepción se construye en base a la cercanía con la realidad nacional y de los efectos particulares sobre el observador pero, normalmente, con una carga emocional que afecta un resultado objetivo. Aunque, muchas veces, esta percepción coincide con encuestas realizadas por empresas de sólido prestigio.

Al respecto, converso mucho con el doctor Robert Roque, un teórico “fino-fino”, que tiene claras ideas sobre la realidad nacional y, en el pasado gobierno -a este le llegará su turno-, era frecuente que entre nuestros temas de debate estuviera listar los buenos y los malos funcionarios.

Ambos entendíamos que un Presiente de la República, en principio, nombra funcionarios de su entorno y confianza con el objetivo general de que lo “hagan bien”, para beneficio de la ciudadanía y, lógicamente, de la imagen del gobierno.

El Presidente de la República no está en todas partes, para eso delega, pero debe tomar el pulso constante a sus funcionarios y, sin populismo, cuestionarlos cuando reciban críticas fundamentadas de importantes sectores de la vida nacional. Y dependiendo el caso, ordenar investigaciones y, de proceder, cambiar al funcionario y permitir que la justicia actúe.

De ahí partía generalmente la discusión, en la cual siempre hablábamos ampliamente sobre el ex Procurador General de la República, señor Jean Alain Rodríguez, con los mismos argumentos, pero con diferentes conclusiones.

Con el señor Jean Alain Rodríguez coincidíamos que tuvo en sus manos el proceso histórico para adecentar, con una buena investigación y acusación, la vida pública nacional, un antes y un después: Odebrecht. Y que, si tenía sentido de la historia, pasaría con notas sobresalientes en la estima popular y podría proyectar su figura en el futuro próximo del país. Pero hizo todo lo contrario. Calló, ocultó, hizo una investigación sesgada, un mal acuerdo con la compañía, unas exclusiones abusivas, unos archivos cuestionables, y una acusación con debilidades.

El señor Alain no resolvió ningún caso importante, ni OMSA, ni Súper Tucanos, ni Tres Brazos, ni Oisoe, ninguno. Más bien, parecía responder a una estructura para garantizar impunidad.
También, tenía un culto a la personalidad enorme, un narcisismo casi obsceno, se pensó eterno. Por eso muchos fiscales temblaban a su paso. Otros, en cambio, lo veían como el salvador del Ministerio Público y, quizás, hasta del universo.

En todo eso, y muchas cosas más coincidíamos, pero yo concluía que era el peor funcionario del gobierno del licenciado Danilo Medina. Entonces, el doctor Roque me miraba, se reía, y me decía que mis argumentos eran irrefutables, pero mi conclusión equivocada. Que precisamente por eso Jean Alain era el mejor funcionario del Presidente Medina, porque fue puesto al frente de la Procuraduría General de la República para eso, para que no pasara nada. Y que nadie lo habría hecho mejor.

Al final nos reíamos, levantábamos la copa y seguíamos el listado de buenos y malos funcionarios públicos.

A veces creo que el doctor Roque tenía razón.

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