La rápida devaluación que ha experimentado el peso en las últimas semanas ha generado preocupación en la opinión pública. Las cifras oficiales indican que entre enero y junio, la tasa de cambio se mantuvo prácticamente invariable, y se ubicó en alrededor de 50.5 pesos por dólar. En los meses de julio y agosto el ritmo de devaluación se aceleró, pero siguió siendo bajo (unos 22 centavos por mes) y se podía interpretar que ese movimiento lo que hizo fue compensar la inamovilidad observada por tantos meses.

Sin embargo, a partir de mediados de septiembre, la depreciación se aceleró notablemente. A lo largo de ese mes, se devaluó en más de un peso, pasando desde 51.30 pesos por dólar hasta 52.40, para un ritmo por día de más de cinco centavos. Esta devaluación fue cuatro veces mayor que la que se observó en el mes anterior. Además, se han multiplicado las quejas de pequeños y medianos compradores de divisas por el racionamiento a que son sujetos por parte de los bancos y por la exigencia de tasas más altas a las publicadas para realizar ventas superiores a ciertos montos.

Durante los primeros dieciséis días de octubre, la depreciación mantuvo un ritmo acelerado, pero más moderado que en septiembre. El ritmo promedio diario fue de cuatro centavos. Al 16 de octubre el tipo de cambio se colocó en 52.85 pesos por dólar. Aunque ese nivel es todavía inferior al esperado en diciembre (53.10), para que en esa fecha termine cerrando así se requeriría que la devaluación se congelara nuevamente, como sucedió durante el primer semestre. Por el contrario, si el ritmo de devaluación promedio diario registrado a lo largo de octubre se mantuviera, el tipo de cambio cerraría en 54.85, 1.75 pesos (3.3%) más de lo que se previó, y la devaluación acumulada a lo largo del año terminaría siendo de 9.1%, comparado con 4% que era lo que se previó.

Como es esperable en una sociedad en la que las crisis han estado acompañadas de fuertes depreciaciones del peso, alta inflación y deterioro de los ingresos laborales reales, el episodio devaluatorio ha desatado ansiedades, y se buscan explicaciones y predicciones.

Pero cuando se evalúan las variables económicas se advierte que no hay razones duras que expliquen esa acelerada depreciación. A excepción de las dificultades que está atravesando el turismo, no ha habido comportamientos repentinos que hayan restringido la oferta de divisas ni que hayan incrementado súbitamente la demanda para operaciones corrientes de la economía. Por lo tanto, no ha habido escasez temporal de dólares que haya resultado en una subida del precio.

Comercio de bienes

Las exportaciones de bienes, que en 2018 explicaron el 39% de los ingresos corrientes de divisas, han mostrado un ritmo lento en 2019. Sin embargo, siguen creciendo y no se han comportado de manera muy diferente a como lo han hecho en los últimos años.
El Observatorio Dominicano de Comercio Internacional (ODCI), en base a datos de la Dirección General de Aduanas, indicó que, entre enero y agosto de 2019, las exportaciones crecieron en 261 millones de dólares, un 4.1%, comparado con el mismo período de 2018.

Más aún, en ese mismo período, el ODCI indica que las importaciones, que en 2018 explicaron casi el 70% de los egresos corrientes de divisas, se han estancado. Crecieron en apenas 216 millones, menos que lo que crecieron las exportaciones. Entre las importaciones, las petroleras también se mantuvieron estables.
En resumen, aunque las exportaciones crecieron poco, las importaciones lo hicieron menos, y el saldo comercial para 2019 apunta a que cerrará a un nivel similar al de 2018. De tal forma que no hay novedades por ese lado.

Remesas, inversión extranjera y financiamiento externo
Por su parte, los ingresos de divisas por remesas, que en 2018 explicaron casi el 29% de los ingresos corrientes, continúan creciendo. Entre enero y agosto, las remesas familiares alcanzaron casi 4,700 millones de dólares, casi 350 millones más que en 2018.

Los ingresos por inversión extranjera directa también muestran un nivel saludable. Hasta junio alcanzaron casi 1,350 millones de dólares. Si se mantiene el ritmo hasta finales de año, superarán en más de 180 millones los ingresos de 2018. Más aún, los datos de la Balanza de Pagos hasta junio indican que la inversión extranjera de cartera, esto es, en instrumentos financieros nacionales, alcanzó más de 2 mil millones de dólares, un monto superior al de años previos.

Tampoco ha habido sobresaltos en materia de financiamiento externo al gobierno. Aunque la colocación de los bonos soberanos tardó más de lo previsto, los ingresos por crédito externo han fluido. En junio se colocaron 2,500 millones de dólares en el mercado internacional, cuyos ingresos elevaron las reservas internacionales hasta más de 8,700 millones de dólares. De igual forma, los egresos por el servicio de la deuda pública externa se han venido cumpliendo según lo programado.

Turismo

La única fuente de ingresos de divisas que debe estar siendo afectada negativamente, es el turismo. Se han venido cumpliendo algunos de los peores temores sobre los arribos de turistas extranjeros a raíz de la información negativa que circuló sobre nuestro turismo. Los datos de septiembre son preocupantes. En ese mes arribaron al país 50 mil turistas menos que en 2018, para una caída de cerca de 17%. En agosto, la caída fue de casi 55 mil, y en julio había sido de más de 90 mil. En total, entre julio y septiembre han arribado por vía aérea 195 mil turistas menos que en 2018, para una caída de un 15%.

Si la tendencia observada en los últimos tres meses se mantiene hasta final de año, en el segundo semestre terminaremos perdiendo un poco más de 400 mil turistas. Eso equivale a una caída de 13% comparado con el segundo semestre de 2018. En términos de los ingresos de divisas, eso podría implicar a una pérdida de unos 470 millones de dólares con respecto a 2018, sin contar con la asociada a la reducción en los precios que los hoteles se han visto forzados a hacer para sostener la ocupación.

A pesar de que esas pérdidas pueden parecer significativas, la verdad es que representan el equivalente al 1.6% de los ingresos corrientes de la Balanza de Pagos de 2018, y a algo más del 6% de los ingresos por turismo de ese año. Visto así, la reducción observada (y la que se podría prever) de la actividad turística no parece que pueda afectar de forma sensible la oferta de divisas actual (y la del futuro inmediato) y afectar al tipo de cambio en la forma tan súbita como la experimentada.

Reservas internacionales

Más aún, en lo que va de 2019 el Banco Central ha mostrado una posición de reservas internacionales bastante sólida cuando se la comparada con las del pasado. Precisamente en junio, luego de la colocación de los bonos soberanos en mayo, se registró el nivel de reservas netas más alto que jamás haya tenido (8.7 mil millones). Desde ese momento hasta fines de septiembre, el Banco Central vendió más de mil cien millones de dólares de reservas, las cuales acrecentaron la oferta de divisas en el mercado. Eso es lo normal, y ha sucedido así en años anteriores porque esas divisas son del gobierno, las cuales fueron temporalmente depositadas en el Banco Central, y son gradualmente vendidas en el mercado para transferirle al gobierno los pesos con los que financia parte de sus operaciones.

En resumen, el comercio internacional de bienes, aunque ha perdido fuerza, se mantiene estable, las remesas han venido creciendo, los ingresos por inversión extranjera también son estables, el crédito externo al gobierno ha fluido, las reservas están altas y han venido alimentando al mercado y aunque el turismo se ha resentido, no lo ha hecho lo suficiente como para causar escasez de divisas y devaluación.

La incertidumbre

Por todo lo anterior, las causas de la súbita devaluación no residen en las cuentas externas o en la economía dura sino donde mismo lo hace la pérdida de dinamismo económico: en la incertidumbre que ha generado un escenario político conflictivo, con una muy alta concentración de poder y con instituciones democráticas débiles y con poca capacidad para imponer reglas y para mediar.

Lo aparente es que, a pesar de que existe una oferta razonable, la demanda de divisas por motivos de precaución, quizás especialmente de algunos jugadores privilegiados en los mercados, ha crecido y está presionado al mercado cambiario. El aumento de la liquidez que ha provocado el Banco Central tratando de revertir la desaceleración del crecimiento podría estar alimentando esas presiones. En otras palabras, antes que ser invertido, parte del dinero barato podría estar comprando dólares.
Esto muestra, además, los límites que tiene la política monetaria para reactivar el crecimiento en una situación de incertidumbre.

Hay alguna evidencia que apoya estas ideas. En lo que va de año, los depósitos en dólares han crecido en cerca de 500 millones, y su participación en los depósitos totales también subió, aunque sólo en algo más de un punto porcentual, alcanzando 27% en octubre.

Por lo tanto, aunque vender reservas o retornar a una política monetaria más restrictiva pueden contribuir a aliviar la tensión y moderar la devaluación, el problema de fondo, como en muchos otros aspectos, es político e institucional. Frente a eso, es poco lo que la política económica puede hacer.

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