Prestamos Pinceladas al jurista, poeta, cuentista y soñador, Nassir Rodríguez

Almánzar, para meditar:

En el año 1908, Joseph Conrad publicó la novela El duelo (llamada también Los duelistas, o Un asunto de honor). En ella, como obra histórica, se presentó el antagonismo moral de dos hombres, D`Hubert y Feraud, que formaban parte del ejército napoleónico ya entrado el siglo XIX.

Ambos eran húsares, militares de caballería ligera del ejército francés. Y se dice por ahí que la creación de estos personajes es inspirada en una disputa entre dos militares que, en realidad, se enfrentaron entre sí durante la época napoleónica a más de treinta duelos por un período de diecinueve años, más o menos.

Pero volviendo a Conrad y su novela histórica, fueron varios los encuentros que tuvieron los antagonistas, quienes estaban situados en un escenario en el que se retrata el duelo entre Napoleón Bonaparte y el mundo que quería conquistar.

D`Hubert, de carácter sereno, a pesar de la aguerrida situación, es el personaje más sobrio de los duelistas, sin embargo, el cumplimiento de su deber, lo fuerza a ser la pieza que da origen a la confrontación vivida a lo largo y ancho de la trama; mientras que Feraud es víctima de sus propios impulsos, de sus pasiones irracionales por el combate, justificándose siempre en la supuesta defensa ante los ataques contra el “honor”.

De un duelo y un arresto frente a una “dama”, surge todo un entramado argumentativo que pone de relieve la visión y versión de dos personalidades distintas que coincidieron en una época en la que el orgullo podía más que la razón. El desenlace de la historia, luego de tantas confrontaciones entre los héroes de la novela, es inesperado, pero –si se quiere– profundamente deseado por los lectores. Alguien, dentro de tantas provocaciones estériles y sin sentido, tenía que ceder y vencer, porque lidiar con las emociones, más allá de los enfrentamientos con armas, era el verdadero duelo de los personajes, quienes aprendieron que “transmitir las órdenes” de los superiores no siempre es “un juego de niños”, por un lado, y que tanto va el “cántaro a la fuente” hasta “que se rompe”, por el otro.

Esta magnífica historia fue llevada al cine en el año 1977 por el hoy prestigioso director Ridley Scott, quien asumió de manera fiel los ambientes de aquel entonces y la complejidad psicológica del sereno D´Hubert y del fiero gascón Feraud.

Hoy, con más de un siglo de trayecto desde aquella obra y nosotros, se presentan situaciones que nos colocan, como sociedad, en la encrucijada entre el “duelo” y la razón. Un camino hay que elegir. Y el control o gestión de nuestras emociones es el verdadero reto para determinar el escenario que más nos conviene en la vida.

El rival es la prisa, es la sinrazón, es la toma de decisiones sin pensar quién es el verdadero antagonista en nuestra historia. La lucha con los fantasmas del pasado siempre será como la lucha de una simple mano para ocultar el sol: infructuosa, sin solución real.

Ahora los duelistas no son D`Hubert o Feraud, somos nosotros, pero… ¿contra quién?

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