Mariano A. Caucino, exembajador en Israel y Costa Rica.
Mariano A. Caucino, exembajador en Israel y Costa Rica.

Al regreso de un viaje a la República Popular China, el presidente francés Emmanuel Macron sostuvo que Europa no debe hacer seguidismo ni de los Estados Unidos ni de Taiwán, en una declaración que fue leída como un alejamiento de la tradicional pertenencia de Francia a la alianza occidental. Extremo que pareció verificarse cuando Macron afirmó que el bloque no debe “enredarse” en crisis que le son ajenas.

Las palabras del jefe de Estado galo fueron interpretadas como una expresión de las divisiones que anidan en la Unión Europea frente a China en momentos en que los Estados Unidos mantienen un enfrentamiento simultáneo con Beijing y con Moscú.

El que se despliega en momentos singulares en el teatro del espectáculo del mundo. Cuando la guerra en Ucrania se extiende desde más de un año sin una posible solución a la vista y con la perspectiva de convertirse en un conflicto virtualmente indisoluble. Al tiempo que un eventual incidente en el siempre inquietante escenario del Estrecho de Taiwán no puede descartarse plenamente. Y cuando los jerarcas chinos acaban de conseguir un triunfo diplomático objetivamente relevante al lograr acercar a los hasta ahora irreconciliables Irán y Arabia Saudita.

“Lo peor que podemos pensar es que los europeos debemos hacer seguidismo del ritmo norteamericano o de las sobrerreacciones chinas”, afirmó Macron al regreso de una visita de tres días a Beijing.

El presidente francés reiteró que su ideal consiste en una “autonomía estratégica” europea y recordó que mientras sus visiones coinciden con las de los EEUU en en asuntos clave de la agenda global como Ucrania, las relaciones con China o el sistema de sanciones, ello no implica que no exista una “estrategia europea” frente a los mismos.

“No queremos ingresar en una lógica en la que un bloque se oponga a otro bloque”, resaltó. Y advirtió que las naciones europeas deberían abstenerse de ser atrapadas en el desorden global y en crisis que no nos pertenecen”.

Los hechos se produjeron en momentos en que las autoridades del Politburó del PCCH reaccionaron indignadas ante una nueva visita de la presidente de Taiwán Tsai Ing-wen a los EEUU, en este caso para entrevistarse con el Speaker of the House (titular de la Cámara de Representantes) Kevin McCarthy. Un desarrollo que volvió a irritar a Beijing, al punto de responder con el despliegue de un masivo ejercicio militar en torno a la isla.

Pero la actitud de Macron, en rigor, debe ser considerada a la luz de la propia historia nacional de su país. Acaso respondiendo a una tradición francesa, Macron pudo procurar mostrar una postura con un grado de autonomía acorde con la de quien finalmente preside una nación que se resiste a abandonar la primera línea de los acontecimientos.

De pronto -actuando como émulo de Charles de Gaulle- el jefe del Elíseo interpretó que Europa no puede limitar su actuación en el plano global a un simple actor secundario o accesorio de Washington. Una política de excesivo celo en torno al orgullo nacional que lo llevaría a decisiones controvertidas como el recordado “No” al ingreso del Reino Unido al Mercado Común Europeo o el retiro (parcial) de Francia de la OTAN en 1966.

Después de todo -en su día- De Gaulle restauró relaciones diplomáticas con China en tiempos de Mao Tse-tung. Más precisamente a comienzos de 1964, en circunstancias que encolerizaron a la Administración Johnson y que marcaron un hito más en la compleja relación del héroe de Francia con los EEUU.

El legendario general no podía concebir a su país sino en el ejercicio de un rol global acorde a su glorioso pasado a la vez que veía a Francia como una potencia destinada a ejercer una tarea de balance entre los dos bloques de la Guerra Fría.

Una fuente del gobierno francés, en tanto, recordó que la preservación de una postura geoestratégica independiente europea ha sido uno de los objetivos principales de la política exterior de Macron desde su llegada al poder en 2017. Una actitud que ha profundizado a partir del retiro de la canciller alemana Angela Merkel en 2021, circunstancia que lo ha convertido virtualmente en el mandatario más relevante de la Unión en los últimos años.

Al punto de haber intentado, hasta último momento -y en forma concurrente con el canciller alemán Olaf Scholtz- una negociación ante Vladimir Putin para evitar el desenlace de la crisis ucraniana y la posterior ruptura del eje de cooperación económico ruso-europeo que siguió a la invasión decretada por Moscú en febrero de 2022. Entendiendo que el quiebre de esa relación constituye un daño de magnitud para los intereses de largo plazo de la UE, aumentando su dependencia de los EEUU.

De pronto buscando ejercer un rol global que probablemente escapa -en las presentes circunstancias históricas- a las posibilidades materiales de su país, Macron pudo intentar expresar la voz de un sentimiento europeo de vocación por el ejercicio de una política independiente en medio de la creciente rivalidad estratégica entre los dos principales actores del sistema que son Washington y Beijing.

Una pretensión que sin dudas pondrá a prueba la capacidad política y diplomática del Presidente de la República Francesa, quien deberá reconciliar los requisitos de su pertenencia a la alianza occidental con la aspiración de la búsqueda de un rol global de envergadura.

Con el riesgo de ser catalogado como antagonista de los anhelos de la que sigue siendo, pese a todo, la nación más poderosa de la tierra. En una circunstancia que permite evocar las palabras de quien fuera representante norteamericano ante el Elíseo en los años 60, el legendario embajador Charles “Chip” Bohlen. Quien consultado sobre De Gaulle, aseguró que bajo ningún concepto éste era anti-norteamericano. Para explicar, simplemente, que sólo era pro-francés.

Por: Mariano A. Caucino , especialista en relaciones internacionales

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas