Tras el final de la Guerra Fría con la caída del Muro de Berlín en 1989 y posterior desarticulación de la Unión Soviética en 1991, el mundo no había vuelto a ver confrontaciones geopolíticas como las que se exhiben al día de hoy. Si bien no podemos decir que se trata de un resurgir de aquel conflicto que definió la segunda mitad del siglo XX a nivel global, lo cierto es que hoy día la política exterior de cada nación debe ser analizada de manera más cuidadosa, a modo de evitar colocarse del lado de bloques políticos con intereses cuestionables. Errores en esta materia pueden ser muy costosos no solo en materia política sino también en la económica.

Recientemente, el gobierno dominicano tomó la decisión soberana de romper relaciones con la República de China (Taiwán), para a su vez establecerlas con la República Popular, es decir, China continental. Se trata de un paso que tiene sentido en el punto de vista de apuntar al mayor mercado del mundo de hoy, pero que políticamente hablando, se efectúa en momentos que las tensiones entre Washington y Beijing se encuentran en un punto alto. Por ende, que nuestro país, tradicional aliado norteamericano, diese tal giro, no pasa desapercibido y, por el contrario, nos compromete mucho más de lo que se piensa.

Muy similar sucede en nuestra propia región latinoamericana, donde de manera activa se ha avalado durante años al régimen chavista que hoy encabeza Nicolás Maduro y que es censurado por los 18 países que componen el Grupo de Lima, así como la Unión Europea. Ante la magnitud de la crisis política y humanitaria de esa hermana nación, la posición de nuestras autoridades no puede verse como neutralidad, sino como parcialidad, lo que nos haría acompañantes de regímenes como el de Siria, Irán y Cuba.

No es infundada entonces la preocupación en torno a la percibida alineación del gobierno dominicano con quienes representan la antítesis de los valores de la libertad, democracia y derechos humanos. Existe una clara línea entre cordialidad y la preferencia, la cual pareciera estar borrándose, lo que, a nuestro juicio, constituye un error que se está a tiempo de corregir.

En el mundo de hoy, ningún país puede enfrentar por sí solo los desafíos que se nos presentan. Por ello, las alianzas internacionales son fundamentales, desde luego, siempre defendiendo nuestra soberanía y buscando primero lo mejor para nuestra gente, sin perder de vista las metas comunes. Pero parafraseando a Lord Palmerston, nuestros principios deben ser eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos.

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