En mi escalada al Pico Duarte, en la República Dominicana, pude notar que hay diferentes caídas y diferentes actitudes ante estas. Al hacer un símil con la vida real, me pude dar cuenta de lo que nos pasa a los humanos en las diferentes situaciones.

Cuando iba subiendo tropecé en algunas ocasiones. El ímpetu no me dejaba quedar lamentando el traspié, miraba al frente y con mucho ánimo y decisión seguía mi camino a la cima, y olvidaba rápidamente la piedra que me había hecho tropezar.

En el diario vivir actuamos de la misma forma, un traspié cuando estamos subiendo en nuestra carrera profesional casi no duele, nos hace fuertes y nos motiva a conseguir el objetivo. Puede ser un revés en un deporte o en una conquista, por lo regular lamemos nuestras heridas y seguimos adelante con más fuerza.

Una vez alcanzada la cima, comenzó el descenso. En esta etapa conocería el piso con muchos detalles. Definitivamente caemos con más frecuencia cuando estamos bajando, por muchas razones. En esas caídas el ánimo no subía… me desmotivaba. Mi mente se ocupaba más de la caída que había pasado que del camino que tenía por recorrer… es que para mí la meta estaba ya alcanzada y esto era simplemente el inevitable camino de regreso.

La ironía de la vida es que la cima no es la meta, sino que el camino lo es.

El objetivo no podía ser llegar arriba, sino hacer todo el camino.

La vida no se termina cuando perdemos un empleo o alguien nos quita algo; cuando un amor se separa o cuando alguien nos pone una piedra en el camino.

En mi libro ¡Alcanza la Cumbre! cuento completa mi experiencia de ese ascenso maravilloso, que no terminó en lo más alto, sino que aún continúa.

Cada día tropezaremos, pero un propósito de vida siempre nos hará levantar rápidamente y nos invitará a convertir en experiencia cada traspié: ¿Tienes definido tu propósito que te guía cada día?

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