Cuando la democracia es real, el pueblo mandante delega la función de conducir en alguien que la recibe, en alguien que le debe su puesto. De hecho, en las sociedades que han logrado avanzar y que se destacan por sus altos niveles de vida, los gobernantes tienen que “pisar fino” y actuar con respeto y transparencia ante ese pueblo mandante.

Por eso cuando se descubre cualquier desliz, lo primero que se hace es renunciar al cargo. Incluso, cuando la falta es muy grave, lo que se estila es también renunciar al puesto de dirección que pudiera tener en el partido que lo postulara, y posiblemente hasta se renuncia a la actividad política.

En nuestros lares todavía se suele endiosar a quienes ocupan cargos públicos. Todavía damos la impresión de no haber “descubierto” que asumirlos como servidores es lo que realmente ayuda a escoger bien, a quienes cuenten con verdaderos avales para conducir el avance.

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