Por los devastadores efectos de la pandemia del covid-19, el mundo ha dado giros importantes y las autoridades tomado grandes decisiones para afrontar esta mortal amenaza. República Dominicana no ha sido la excepción y las acciones para evitar males mayores han sido estrictas en la mayoría de los casos.
Ahora el país debe asumir un nuevo reto ante la amenaza de la nueva temporada ciclónica que inicia el primero de junio con amargos presagios de fenómenos peligros para un país que no ha tenido descanso.
Al parecer, el proceso de vacunación marcha bien y de obtenerse a tiempo esperado las dosis que se requieren, la mayor parte de la población estaría vacunada en los primeros tres cuartos del año, las fuentes de empleos fortalecidas, la economía mejorada y las acciones del Estado con resultados efectivos.
De igual manera, se espera que en la Justicia afloren resultados, la reforma policial en buen nivel, para poner un alto a la desenfrenada delincuencia que nos abate y al crimen organizado con menos garras enclavadas en las instancias de poder, para comenzar pensar en un país realmente viable.
Sin embargo, hay un aspecto que precisa de profunda sincera y abierta reflexión. Se trata del comportamiento de la población y los efectos destructivos de la desobediencia y la inconducta de quienes no se interesan mucho por el bienestar de la nación, sino por sus propios intereses.
Sin importar lo que se piense, es necesario que cada dominicano reaccione en esta coyuntura y se sume a la voluntad de gran parte de los ciudadanos que quieren salir de la mejor manera del encierro de la pandemia, de los trastornos emocionales generados y de los desmanes de los aprovechados que siempre quieren pescar en río revuelto.
Hagamos un alto y pensemos que tanto el país como las generaciones del porvenir dependerán de lo que hoy hagamos o dejemos de hacer. Obedezcamos los llamados oficiales de prevención y aportemos a la solución de los problemas. Adelante buenos dominicanos.
