De la guerra, la epidemia y sus impactos
De la guerra, la epidemia y sus impactos

No ha empezado bien la segunda década de este joven siglo XXI.  Primero una pandemia que ha dejado no solo un enorme número de fallecidos, sino que ha paralizado la economía mundial con un episodio recesivo del que aún estamos saliendo. Y ahora una guerra en el corazón geográfico de Europa.

Ambos acontecimientos nos muestran el lado oscuro de la globalización. Esta ha traído crecimiento económico gracias a la liberalización progresiva del comercio internacional, pero sin entrar en sus efectos distributivos, también hace más vulnerables a los países ante cualquier evento que trastoque las cadenas globales de suministro. Al mismo tiempo la conexión entre los flujos financieros y la inversión cruzada nos hace más sensibles a cualquier terremoto económico.

Los efectos de la pandemia del Covid-19 aún están presentes. La mayoría de los países han apostado todo a la carta del crecimiento de la demanda mediante inyecciones de capital y gasto público, después de los pobres resultados que la anterior estrategia austericida tuvo para hacer frente a la megacrisis del 2008. Esperemos que la recuperación económica actual sea lo bastante robusta y sostenida si no, difícilmente se conjugará la deuda pública con el crecimiento del PIB.

Un crecimiento que, aun con la amenaza de la inflación, se ha empezado a dar más rápido de lo que se pensaba. Esto paradójicamente ha conducido a un cuello de botella logístico con innumerables buques de carga esperando a entrar y salir de puertos ampliamente superados por el repunte del comercio internacional. A esto se le suma que la principal potencia exportadora del mundo, China, con su extrema política de COVID cero, ante el impacto reciente de la variante ómicron, haya cerrado puertos y puesto en cuarentena fábricas.

El resultado es que la salud de la maltrecha cadena de suministro mundial no se termina de acoplar a la demanda creciente.

Y si faltara un ingrediente más…, llega la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

Después de la anexión de Crimea en 2014 por parte de Rusia, un conflicto como la invasión total de Ucrania se veía venir, y aunque algunos expertos no terminaban de creer que eso se hiciera realidad, otros simplemente no se ponían de acuerdo en cuando sería. El presidente ruso, Vladimir Putin, aún con su retórica incendiaria respecto al derecho histórico de Rusia sobre la soberanía ucraniana, estuvo negando la inminencia de la invasión a pesar de los datos que difundían un día sí y otro también los centros de inteligencia estadounidenses.

La invasión rusa del día 24 de febrero de este 2022 partió con el objetivo político de la destitución del gobierno ucraniano de Zelensky y la desmilitarización del país. Otro objetivo territorial era apoderarse de la región del Dombás, ya sea mediante su proclamación como república independiente, pero satelital de Rusia, o mediante la anexión directa.

La conquista de Kiev a día de hoy parece haber fracasado y las fuerzas rusas se están centrando en la conquista de la hasta hace poco prorrusa región del Dombás y todo el sur costero de Ucrania. Con ello pretende crear un arco que llegue desde la independentista y también rusófila de región de Transmitria en Moldavia hasta Donestk en una aventura de carácter imperialista, aunque Rusia la tilde de operación defensiva, y que dejaría a Ucrania y a sus exportaciones agrícolas sin acceso al mar Negro.

No es menos cierto que desde la caída de la Unión Soviética la OTAN no ha hecho más que avanzar posiciones colocando misiles y tropas cada vez más cerca de la frontera rusa. Mal negocio ese frente a un estadista de una potencia nuclear como Putin que ha hecho del nacionalismo y la nostalgia de mejores tiempos imperiales un pilar de su autoritario gobierno.

Por ahora, los países occidentales se contienen enviado armas y financiando la resistencia ucraniana, más potente de lo que en principio creyeron los estrategas rusos. Finlandia y Suecia, naciones vecinas del gigante ruso, ya han pedido formalmente su adhesión a la OTAN. La escalada del conflicto hacia otros países como Polonia, entrada principal del suministro de armamento en Ucrania desde Occidente, supone un riesgo real de inimaginables consecuencias, principalmente por el posible uso de los macabros silos nucleares.

¿Qué impactos económicos globales está teniendo esta guerra? Enormes. Se da el caso que en el plano energético Rusia es uno de los mayores productores de petróleo y gas del mundo. Y a nivel alimentario, tanto Rusia como Ucrania son gigantescos graneros que proveen de cereales a medio mundo. Ucrania produce ingentes cantidades de aceite de girasol y Rusia, además, es el primer exportador de fertilizantes agrícolas del mundo. Todo esto impacta en problemas de abastecimiento energético con subidas de precio en el transporte global y en el abastecimiento alimentario. Una tormenta perfecta que se suma a los efectos de la pandemia.

¿Cómo afecta todo esto a República Dominicana? Todos los países sufren, pero cada uno lo hace a su manera. Aunque RD crece por encima de la media de la región, es especialmente vulnerable por diversas razones: tiene un débil tejido industrial, está desplazada hacia atrás en las grandes cadenas de distribución y tiene grandes áreas de mejora en su capital humano y en la sostenibilidad ambiental en general. Esos cuatro elementos son indispensables para que los países se hagan más resilentes, o sea, más resistentes a los cambios del entorno aunando fortaleza y flexibilidad.

Una economía muy terciarizada hace que el empleo se vea excesivamente afectado por los vaivenes del turismo o las crisis financieras. Es imprescindible que RD refuerce sus sectores industriales, como el turismo, pero sobre todo el agropecuario, para ganar seguridad y soberanía alimentaria. También ha de avanzar en la mejora general de la competitividad a través de la transformación digital.

No debemos olvidar el reto energético y climático. La crisis climática y, muy especialmente la crisis bélica en Ucrania, con las sanciones impuestas sobre el petróleo y gas ruso, hacen más urgente la transición energética hacia modelos que no son solo más sostenibles ambientalmente (energía solar, eólica, mareomotriz…), sino que disminuyen la dependencia energética del exterior.

Algo muy parecido ocurre con la economía circular. Las enormes deficiencias en el reciclaje de residuos en RD deben corregirse para convertir esos materiales en materias primas reindustrializables sin salir de la isla.

También debe RD buscar un mejor posicionamiento en las cadenas de suministro y distribución, que sus puertos y aeropuertos atraigan directamente las importaciones sin pasar por otros intermediarios logísticos que priorizan sus propias necesidades en lugar de las nuestras en casos de crisis.

Nada de ello será posible sin un inversión amplia y continuada en las capacidades de los dominicanos. Educación escolar, profesional y universitaria de calidad, que prepare a los trabajadores para hacer frente a los retos globales. La brecha de productividad de un dominicano respecto a otros trabajadores de otros países más desarrollados sigue siendo muy destacada. Un trabajador bien capacitado opera eficazmente en menos tiempo, es capaz de realizar diferentes tareas, se adapta a nuevos requerimientos, conoce los fundamentos de la calidad y está abierto a actualizar sus conocimientos y habilidades.

En el ámbito de las relaciones internacionales, quizás nuestro país no sea muy influyente, pero puede convertirse en la escena diplomática en un portavoz de valores basados en el respeto por la soberanía territorial, los derechos humanos, la cooperación y el diálogo como solución a los grandes problemas globales. Y el plano interno, reforzar la gobernabilidad. Para ello, entre otros objetivos, habremos de despojarnos definitivamente de la sempiterna corrupción, mejorar la capacitación técnica de funcionarios y coordinar de manera más eficiente las diversos departamentos gubernamentales y sus recursos.

Ganar resilencia es el reto. Desde la universidad, ámbito en el que trabajo, muchos hacemos lo que está en nuestra mano para alinear la docencia con este reto, en todos los niveles, capacitando a dominicanos en la excelencia. Es un aporte, pero también una gran responsabilidad. Desde todos los sectores, sociedad civil, partidos políticos, gobiernos, empresas, trabajadores… llegan más aportes. No abandonemos esa tarea.

 

Francisco Rodríguez

MBA y Máster en Cooperación Internacional

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